RADIO "PONCHOSVERDES.FM"

jueves, 31 de mayo de 2012

El nacimiento de la mayéutica, Fenaretes (Siglo V a.C.)


Sócrates, hijo de Fenaretes
Los nombres de los grandes filósofos de la Antigüedad han permanecido a lo largo de los siglos. Aristóteles, Platón o Sócrates han sido y serán referentes del pensamiento occidental. Este último, Sócrates, fue el creador de la mayéutica, un método filosófico que consistía en el diálogo para extraer del alma un conocimiento escondido, dormido. 

Este método tiene su origen en la palabra griega "maieutiké" que significa algo así como "arte de procrear". Es muy probable que el filósofo griego tomara esta analogía de su propia madre, Fenaretes, cuyo nombre, a su vez, significaba "dar a luz a la virtud". De Fenaretes solamente se sabe que era una comadrona. 

Sócrates, quien aparece en la obra de Platón Teeteto dialogando con éste, cita en varias ocasiones el oficio de las parteras, mujeres dignas, al fin y al cabo1. Para Sócrates, el nacimiento de la sabiduría, el despertar el saber del alma dormida, seguía un proceso similar a un parto: A los que me frecuentan les ocurre como a las parturientas: tienen dolores de parto2

Fenaretes quedó dormida en el olvido de la historia y de ella poco o nada sabemos. Pero es digna de recordar pues no sólo fue la madre de uno de los filósofos más importantes de la historia sino que es más que probable que inspirara a su propio hijo en la creación de su famoso método de investigación. 

Nota: Gracias a mi querida Profe de Griego por descubrirme la existencia de esta mujer. 

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1. Teeteto, o sobre la ciencia, Platón. Pág. 85
2. Ídem. Pág. 89


Por Sandra Ferrer

martes, 29 de mayo de 2012

El ángel asesino, Charlotte Corday (1768-1793)


En el verano de 1793, la Revolución Francesa había tomado un camino violento y radical. En aquellos tiempos se vivió el período revolucionario conocido como el Terror. Extremistas jacobinos consiguieron hacerse con la Guardia Nacional y eliminar de la escena política a los girondinos, representantes de las posturas más moderadas. El 13 de julio de aquel año terrible, una joven de orígenes aristocráticos asesinaba a uno de los líderes más carismáticos de los denominados jacobinos, Jean-Paul Marat. Charlotte Corday quiso así terminar con el Terror en Francia pero conseguiría todo lo contrario. 
El verdugo 
Marie Anne Charlotte Corday d'Armont nació el 27 de julio de 1768 en Saint-Saturnin-des-Ligneries, una pequeña aldea de Normandía. Charlotte pertenecía a una familia aristócrata. Su padre, François de Corday d'Armont, y su madre, Jacqueline-Charlotte-Marie de Gontier de Autiers, eran primos hermanos y descendientes del dramaturgo francés Pierre Corneille.

Charlotte se quedó huérfana de madre siendo una niña. Sumido en un profundo dolor, su padre, quien también había perdido a su hija mayor, envió a Charlotte y otra de sus hijas a Caen, donde ingresaron en la Abbaye-aux-Dames. En esta abadía, la pequeña Charlotte tuvo acceso a una buena educación y pudo leer en la biblioteca del monasterio a grandes escritores como Plutarco o Voltaire. 

En 1791 Charlotte se trasladó a vivir con su prima, Madame Le Coustellier de Bretteville-Gouville. Un año antes, iniciada ya la revolución, se había decretado la supresión de los monasterios por lo que su vida conventual llegó a su fin de manera obligada. En aquel tiempo, la joven Charlotte empezó a simpatizar con las ideas moderadas de los girondinos. En su mayoría burgueses, los girondinos, llamados así por tener su origen en la región francesa de La Gironda, defendían una Monarquía constitucional. Tras la ejecución del rey Luis XVI el 21 de enero de 1793, los sucesos se precipitaron y la revolución se radicalizó. Los jacobinos y sans-culottes, defensores a ultranza de la república y la democracia, hicieron todo lo posible por desbancar a los girondinos de la escena política. 

Charlotte Corday, defensora de sus propios ideales, no dudó en terminar con aquella situación de Terror iniciada el 2 de junio de aquel mismo año por Robespierre. Se decidió así a marchar a París y terminar con uno de los radicales más influyentes. 

La víctima
La muerte de Marat | David
Jean-Paul Marat, médico, periodista y político radical, formaba parte del grupo de los Jacobinos junto con otros políticos como Danton o Robespierre. Marat formaba parte de los defensores de la república y la democracia, grupo conocido como “La Montaña” en la nueva Asamblea Legislativa, debido a su posición en la parte elevada de la sala. 

Marat era el editor de la famosa publicación revolucionaria L’ami du peuple en la que escribía sobre la revolución en sus aspectos más radicales.

El asesinato
El 9 de julio de 1793, dispuesta a llevar a cabo su cometido, Charlotte Corday marchó de Caen y se dirigió a París. Tras alquilar una habitación en el Hôtel de Providence se dirigió a la Asamblea Nacional para encontrar a Marat. Como allí no estaba el jacobino, Charlotte se presentó en su casa. Tras varios intentos por conseguir una entrevista con el periodista con el pretexto de que iba a facilitarle los nombres de los principales miembros de La Gironda dispuestos a organizar un levantamiento, consiguió acercarse a él. 

El retrato de Jacques-Louis David, La muerte de Marat, nos da una visión muy real de la escena que terminó Charlotte. El líder jacobino trabajaba sumergido en una bañera debido a una enfermedad que sufría en la piel. Con una tabla de madera, se ayudaba para escribir sus textos revolucionarios. 

Charlotte Corday no dudó y clavó un cuchillo en el cuerpo enfermizo de Marat. Murió en el acto. La joven girondina fue detenida e interrogada. Cuatro días después, el 17 de julio de 1793, fue ejecutada en la guillotina. Fue enterrada en el cementerio de la Madeleine.  

En sus últimos momentos defendió su acto asegurando que mataba a un hombre para salvar a cientos. Pero el asesinato de Marat no resolvió los problemas, más aún, los agravó. Los jacobinos iniciaron un periodo de “Gran Terror”, se suspendieron las garantías constitucionales y aumentaron las persecuciones contra aquellos que no defendían sus ideas republicanas y democráticas. El asesinato de Marat lo convirtió en un mártir de la revolución y provocó un  endurecimiento de “la política montañesa ante el empeoramiento de la crisis política”1.

Cincuenta años después, el escritor francés Alphonse de Lamartine relataría su historia y la denominaría el ángel asesino. 

Por Sandra Ferrer

viernes, 25 de mayo de 2012

La Papisa, Juana de Ingelheim (822-855)


Muchos personajes del pasado se han movido en aguas turbulentas, a medio camino entre la realidad histórica y la leyenda. Personajes que han provocado extensos y acalorados debates sobre su existencia real. Uno de esos nombres es Juana de Ingelheim, una mujer que habría vivido buena parte de su vida como hombre y habría terminado sentándose nada menos que en la silla de San Pedro. De muchos es conocido el nombre de la Papisa Juana, una mujer que algunos afirman con rotundidad que fue una simple invención propagandística creada por detractores de la iglesia romana, mientras que otros se empeñan en encontrar datos verídicos de su auténtica existencia.

La hija de un monje o una recién llegada de oriente
Para empezar, sus orígenes ya no están nada claros. Existe una teoría que sitúa el nacimiento de Juana en Ingelheim am Rhein, Maguncia, en el año 822. Su padre habría sido un monje del monasterio de Fulda con orígenes ingleses.

En contacto directo con la cultura, Juana habría aprovechado esta oportunidad y se habría formado a la sombra del monasterio. Para poder continuar sus estudios, como de manera oficial era impensable que una mujer pudiera hacerlo, Juana se habría convertido en un monje conocido como Juan el Inglés.

La inteligencia y sabiduría de Juana la habrían llevado pronto de Fulda a otros centros monásticos hasta llegar a Roma, en 848. De simple docente se habría convertido en secretaria del Papa León IV, entusiasmado por su gran erudición.

El fulgurante ascenso de Juana habría llegado a la cumbre tras la muerte de León IV. Elegida como Papa bajo el nombre de Juan VIII, su farsa habría durado escasos dos años. En aquel tiempo se habría quedado embarazada de Lamberto, embajador de Sajonia. A pesar de haber querido llevar aquel escandaloso embarazo en secreto, pues su conocimiento habría desvelado su naturaleza femenina poniendo su persona en peligro, Juana no habría podido conseguir su cometido. En una cabalgata, el parto se habría desencadenado provocando la sorpresa de todos los asistentes. Juana habría muerto de los mismos dolores del parto o a manos del indignado y escandalizado gentío.

Otras fuentes, sin embargo, sitúan los orígenes de Juana en oriente y ubican su existencia un siglo y medio después, en 1100 aproximadamente.

El inicio de la leyenda, o de la crónica histórica
Fue en 1255 cuando se escribió por primera vez una crónica sobre la existencia de la Papisa Juana. Fue el dominico del convento de Metz, Jean de Mailly, quien relató la fascinante historia de la existencia de un Papa que había nacido mujer. Desde entonces, y hasta el siglo XVII, el relato de Juana se aceptó de manera mayoritaria como fehaciente. Habría sido entonces, en un momento en el que la Iglesia Católica se veía sumergida en la Contrarreforma y recibiendo constantes ataques de la nueva fe protestante, cuando la Curia Romana habría decidido negar la existencia de Juana y tildarla, a lo sumo, de leyenda.

En el Liber pontificalis, donde se recogen los distintos papados, aparecen cronológicamente, León IV y Benedicto III, sin dejar a penas tiempo para otro pontificado intermedio, el de Juana, defendido en el siglo XIII por Martín el Polaco. Donna W. Cross, al final de su novela La Papisa, recoge en un largo epílogo varias tesis defendiendo la eliminación premeditada y voluntaria de Juana de la lista oficial de Papas. Entre ellas, asegura que el hecho de que vivera en el siglo IX, el más oscuro de la edad oscura, hizo más fácil la tarea de borrar su reinado1. Para la escritora, el Liber Pontificalis, es claramente incorrecto en materia de fechas de ascensos y muertes papales2. Donna W. Cross, defiende también la existencia de centenares de manuscritos aludiendo directamente a su existencia, así como la presencia de su estatua en la catedral de Siena hasta que en 1601 por orden del Papa Clemente VIII, se “metamorfoseó” súbitamente en un busto del papa Zacarías3.

La existencia de Juana, al menos en los textos, llevó a la discusión a cerca de la existencia de una curiosa silla en la que los Papas se sentaron durante siglos y que tenía un orificio justo en el centro. Los defensores de Juana aseguran que la silla apareció por primera vez en el siguiente pontificado para asegurarse que quien se sentaba en la Silla de San Pedro era verdaderamente un hombre. Los detractores de Juana aseguran que era simplemente una silla elegante y que su agujero no tenía la más mínima importancia.

Finalmente, otra cuestión que ha suscitado el debate, es el hecho de evitar, premeditadamente o no la Via Sacra por todos los actos papales. Esta calle es el lugar en el que Juana habría muerto tras dar a luz a su hijo.

Juana de Ingelheim fue y será durante mucho tiempo un personaje extraño, fascinante para unos, molesto para otros, pero del cual hablaron durante siglos grandes nombres como Guillermo de Ockham, Lawrence Durrell o Petrarca. El papel que la leyenda o la historia le han asignado, ni más ni menos, que el Solio Pontificio, hacen de Juana un personaje difícil de tratar de manera puramente objetiva. A ello se suma la muy remota, por no decir, nula, posibilidad de encontrar nunca una prueba real, verídica y contundente que nos permita afirmar o desmentir su existencia. Así, para algunos Juana fue realmente una Papisa, mientras que para otros, no fue más que un cuento inventado.

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1. La papisa, Donna W. Cross, Pág. 401
2. Ídem, pág. 403
3. Ídem, pág. 403

 Si quieres leer sobre ella

La papisa, Donna W. Cross




La papisa Juana, Emmanuel Royidis



El papa Mujer, Rosemary y Daroll Pardoe











 Películas que hablan de ella 


La Pontífice

lunes, 21 de mayo de 2012

La digna educación femenina, Mary Astell (1666-1731)


Muchas mujeres a lo largo de la historia defendieron la igualdad de hombre y mujer basando su desigualdad social, principalmente, en la falta de educación de ellas. A mujeres como María de Zayas o Sor Juana Inés de la Cruz, se unió la inglesa Mary Astell, una escritora feminista ferviente defensora de la educación de las mujeres como principal vía de emancipación.


La educación informal
Mary Astell nació el 12 de noviembre de 1666 en Newcastle-upon-Tyne, en el seno de una familia conservadora y monárquica1. Sus padres se llamaban Peter Astell y Nary Errington. Tuvo dos hermanos, de los cuales sólo sobrevivía uno, Peter.

Su condición de mujer le impidió acceder a la educación formal que sí pudo disfrutar su hermano pequeño Peter. Sin embargo, Mary tuvo la suerte de contar con un tío, Ralph Astell, pastor anglicano, quien le enseñó matemáticas, filosofía y lenguas modernas2.

Huérfana de padre cuando tenía 12 años, Mary y su madre se instalaron en casa de un familiar, una tía llamada también Mary. En 1684, la joven de 18 años perdía a su madre y a su tía por lo que se marchó a vivir a Londres con una amiga. Su casa del distrito de Chelsea se convirtió entonces en un importante centro cultural e intelectual.

Una seria proposición
Convencida de la importancia que tenía la formación intelectual para las mujeres, Mary Astell luchó toda su vida por reivindicar una educación femenina que estuviera a la altura de la masculina. Mary, quien aseguraba que “la ignorancia nos inclina al vicio”3, escribió la que sería su principal obra, A serious proposal to the Ladies. Publicado por primera vez en 1694, la obra reivindicaba la creación de instituciones educativas para mujeres que ofrecieran una completa formación religiosa y secular, pues, según Mary, “Dios ha dado a las mujeres lo mismo que a los hombres: almas inteligentes”4.

Mary criticaba la vanidad femenina y sus obsesiones frívolas, fruto de su falta de educación, ideas que adoptarían otras feministas posteriores como Mary Wollstonecraft.

Sus ideas no se quedaron solamente en el papel. Mary hizo una propuesta de creación de una facultad universitaria para mujeres dedicada a la futura reina Ana de Inglaterra5, y en 1709 fundó una escuela de caridad para niñas en Chelsea.

La soberanía en la familia
Mary Astell no se casó nunca. Para ella, el matrimonio suponía un claro estado de inferioridad para la mujer, con el único papel de dar hijos a su esposo mientras este ejercía “un dominio sin límites”6.

Mary estableció por primera vez una relación entre el gobierno y el dominio masculino dentro de la familia: “Si la soberanía absoluta no es necesaria para el Estado ¿por qué ha de serlo para la familia?”7. Famosa es también su frase: Si todos los hombres nacen libre, ¿Cómo es que todas las mujeres nacen esclavas?8.

Sus ideas sobre el matrimonio fueron plasmadas en su otra obra importante: Some Reflections upon Marriage, publicada en 1700.

El 11 de mayo de 1731, cuando llevaba ya muchos años retirada de la vida pública, Mary Astell murió de cáncer. Fue enterrada en Londres.

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1. Mujeres filósofas en la historia, Ingeborg Glechauf, P. 61
2. Idem
3. Idem P. 62
4. Historia de las mujeres. Una historia propia, Bonnie S. Anderson y Judith P. Zinsser P. 840
5. Idem P. 841
6. La mujer en la historia de Europa, Gisela Bock P 39
7. Historia de las mujeres. Una historia propia, Bonnie S. Anderson y Judith P. Zinsser  P. 845
8. La mujer en la historia de Europa, Gisela Bock P 40


 Si quieres leer sobre ella 
Mujeres filósofas en la historia, Ingeborg Gleichauf
Género: Biografías








Por Sandra Ferrer

miércoles, 9 de mayo de 2012

La primera dama que nunca lo fue, Martha Jefferson (1748-1782)


Martha Jefferson fue la primera pero no la única esposa de algún presidente norteamericano que no llegó nunca a ejercer de primera dama. Quizás es por esto por lo que se desconocen muchos aspectos de su vida privada, incluso sus rasgos físicos pues de ella solamente se conserva una silueta. Lo que sí sabemos es que su muerte dejó desolado al que sería el tercer presidente de la historia de los Estados Unidos de América. 

Creciendo en la plantación
Martha Wayles nació el 30 de octubre de 1748 en el condado de Charles City, en Virginia. Sus padres, John Wayles y Martha Eppes eran de origen inglés y vivían de la producción de sus plantaciones. Su padre era también abogado y comerciante. Martha no llegó a conocer a su madre quien murió 6 días después de dar a luz a su única hija. Aun así, Martha tuvo otros medio hermanos pues su padre volvió a casarse dos veces más y mantuvo una relación de concubinato con una esclava con la que también tuvo hijos. En total, Martha tuvo 7 medio hermanas y 3 medio hermanos. 

Se desconoce si Martha recibió una educación formal pero es probable que recibiera formación en su propia casa de la mano de tutores. Así, la joven se convirtió en una dama educada, con conocimientos y una notable capacidad para tocar el pianoforte y el clavicordio. Martha también aprendió los entresijos de la gestión que implicaba una plantación, conocimientos que luego aplicaría en sus propias tierras una vez casada.

La señora Jefferson
Cuando Martha tenía 18 años se casó con Bathurst Skelton, un abogado y propietario de una plantación de Virginia. Bathurst era hermano de su madrastra. Menos de 2 años duró su primer matrimonio que terminó con la muerte de su marido tras una repentina enfermedad. En ese breve periodo de su vida tuvo a su primer hijo, John.

El mismo año en que enviudó de su primer marido, Martha conoció a Thomas Jefferson en Williamsburg. Cuatro años más tarde se casaban y se instalaban en la plantación conocida como Monticello. La pareja tuvo seis hijos pero solamente la mayor, que tenía el mismo nombre que su madre, sobrevivió hasta la edad adulta. 

Martha tuvo siempre un gran respeto y amor por su marido, sentimientos que fueron correspondidos. Su saber hacer y la experiencia habida en la plantación de su padre le facilitaron el trabajo en su nuevo hogar que dirigió con gran acierto.

Pero la bonita relación entre Martha y Thomas terminó 11 años después de su boda. La débil complexión física de Martha, de quien se creía que sufría diabetes, se vio afectada por la sucesión de embarazos. El último terminaría con su vida, el 6 de septiembre de 1782.

La muerte de Martha dejó desolado a su marido quien sólo encontró consuelo en su hija. Thomas Jefferson no volvió a casarse. Cuando se convirtió en presidente de los Estados Unidos, en 1801, fue Martha Jefferson Eppes quien vivió con él en la Casa Blanca durante largos periodos y se convirtió en su confidente. 

Por Sandra Ferrer

domingo, 6 de mayo de 2012

El peligro de los sueños, Lucrecia de León (1567-¿?)


Detalle de Eva
Políptico de la Adoración
Jan Van Eyck
La interpretación onírica, la oniromancia o el arte de descifrar el futuro a través de los sueños se conoce desde la Antigüedad. En la Edad Media, esta práctica fue relacionada con la magia y condenada a menudo por la doctrina cristiana1. En el siglo XVI, a pesar del renacimiento artístico y el despertar humanista en el mundo del pensamiento, aun existían muchas personas que creían en hechizos, conjuros y profecías conseguidas de muy diversas maneras. La Inquisición estuvo alerta, intentando dilucidar cuales de esas prácticas eran mágicas y cuales eran de origen divino. Lucrecia de León vivió en la España de Felipe II y con sus sueños se opuso a su rey y su gobierno. Quizás por eso la Inquisición intentó situarla en el lado de lo diabólico.

La Eva del Políptico

Lucrecia de León nació en Madrid en 1567. Su padre se llamaba Alonso Franco de León. Era un cristiano viejo que trabajaba como letrado. Con su esposa, Ana Ordóñez, tuvieron cinco hijos.

Aunque no hay constancia de que Lucrecia recibiera una educación formal, sabía leer y escribir en castellano, probablemente gracias a la ayuda de su padre2, algo común en los hogares de aquellos tiempos en los que padres y madres transmitían sus conocimientos dentro de casa a los hijos que no podían estudiar en escuelas ni universidades, como es el caso de la gran mayoría de mujeres.

Respecto a su aspecto físico, aunque no se conserva ningún retrato suyo, podemos hacernos una idea de cómo era gracias a una anécdota recogida por muchos historiadores según la cual su madre aseguraba que Lucrecia era muy parecida a la Eva del Políptico de la Adoración de Jan Van Eyck3.

Soñando con el rey
Desde muy pequeña Lucrecia empezó a tener sueños premonitorios de distintos hechos. Primero entre las vecinas, en el barrio, pronto su fama se fue extendiendo por toda la Villa de Madrid. A pesar de que su padre, temeroso del peligro que podía entrañar el don de su hija, había intentado persuadirla de que no lo hiciera público, Lucrecia, ayudada por su madre, no dudó en continuar prediciendo el futuro mediante sus sueños.

Lucrecia no sólo tenía visiones de las personas que venían a pedirle consejo sino que también soñaba con el que ella consideraba mal gobierno del entonces rey Felipe II. Según esos sueños, el destino de España estaba abocado al desastre por culpa de los pecados de su monarca. Avisaba de la amenaza de protestantes, turcos, ingleses y moriscos4. Llegó incluso a ver en sus sueños la derrota de la Armada Invencible. 

La fama de Lucrecia llegó a oídos de personajes ilustres, entre ellos Don Alonso de Mendoza, canónigo de la catedral de Toledo y detractor de Felipe II. Sorprendido de las visiones de Lucrecia, Mendoza empezó a ponerlas por escrito. 

A pesar de que el canónigo aseguró a Lucrecia que estaba a salvo de la Inquisición, como era de esperar, su fama llegó a oídos de los consejeros del rey y el 13 de febrero de 1588 fue detenida por el Santo Oficio. Aunque en un primer momento escapó de la inculpación, poco tiempo después fue detenida de nuevo y acusada de sedición. Tras un largo proceso que dejó agotada a la joven visionaria, Lucrecia se salvó de una pena mayor. Su castigo fue aparecer como Penitente con una soga al cuello y una vela en las manos ante los fieles5. Los azotes que tenía que recibir parece ser que al final no fueron ejecutados. 

Durante el tiempo que duró el proceso, Lucrecia tuvo una hija con la que parece que marchó a vivir a un convento pues se encontró entonces sola, sin que nadie quisiera hacerse cargo de una madre soltera condenada por la Inquisición.
El final de Lucrecia de León se pierde en el olvido. 

 Si quieres leer sobre ella 

Los sueños de Lucrecia: Política y profecía en la España del siglo XVI, Richard L. Kagan
Género: Ensayo

Soñar la historia: Riesgo, creatividad y religión en las profecías de Lucrecia de León, Victoria Jordán
Género: Ensayo


Las visiones de Lucrecia, José María Merino
Género: Novela histórica


Mujeres pensadoras, místicas, científicas y heterodoxas, Vicenta Mª. Márquez
Género: Biografías





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1. El gran libro de las brujas, Rafael M. Mérida. Pág. 157
2. Mujeres pensadoras, místicas, científicas y heterodoxas, Vicenta Mª Márquez. Pág, 141
3. Ídem. Pág. 144
4. Ídem. Pág. 148
5. Ídem. Pág. 188

miércoles, 2 de mayo de 2012

La última emperatriz china, Cixi (1835-1908)


Cuando la China imperial llegaba a su fin, una mujer ejerció el poder con ambición y determinación. La emperatriz Cixi, la última de la dinastía manchú, reinó con mano firme y no dudó en eliminar de su camino a todo aquel que le hiciera sombra, dentro de la Ciudad Prohibida y fuera de ella, pues puso en jaque a Japón y a las potencias occidentales.

La hija del guardia
Yehonala nació el 29 de noviembre de 1835 en Pekín. Poco o nada se sabe de su infancia, salvo que su padre era uno de los guardianes de la Ciudad Prohibida. Parece ser que la bella Yehonala, conocida también como Orquídea, era una bella muchacha de 15 años cuando pasó a formar parte del extenso harén del emperador Xianfeng. Durante mucho tiempo, Yehonala pasó totalmente desapercibida entre las muchas concubinas que poblaban la Ciudad Prohibida, hasta que el emperador se fijó en ella. No sólo eso, Yehonala tuvo la suerte de quedarse embarazada. El 27 de abril de 1856 daba a luz un niño, Tongzhi, que se convertía en el primero en la línea sucesoria, pues la emperatriz titular, Ci’an no había conseguido darle un heredero al emperador. 

Madre y regente
Yehonala fue labrando una red de influencias y empezó a ejercer el poder en la sombra, un poder que mantendría en sus manos durante más de 40 años. En 1860 se declaraba la Segunda Guerra del Opio, en la que Inglaterra, ayudada por Francia, iniciaba por segunda vez un conflicto armado contra China para hacerse con el lucrativo comercio del opio. Ante la amenaza de los ejércitos occidentales que llegaron hasta las puertas de la Ciudad Prohibida, la familia imperial huyó para refugiarse en la residencia de caza de Yehol. Agotado y afectado por el consumo de opio, el emperador moría el 22 de agosto de 1861.
Yehonala tomó entonces el nombre de Cixi y asumió el papel de regente de su hijo, el joven emperador de 6 años, Tongzi. Así, hasta 1873, año en el que Tongzi asumía la mayoría de edad, China fue gobernada por dos mujeres, las emperatrices Cixi y Ci’an.
Pero el 12 de enero de 1875, apenas dos años después de haber asumido el poder, el emperador Tongzi fallecía a causa de la viruela. Las dos emperatrices volvían entonces a asumir la regencia durante 7 años, hasta la muerte de la emperatriz Ci’an. Cixi gobernaría entonces en solitario.
La antigua concubina, consciente de la falta de un heredero directo, pues a pesar de que su hijo Tongzi se había casado no había tenido descendencia, escogió a su sobrino, un niño de 3 años, como el próximo emperador. El pequeño Guangxu creció al lado de su tía hasta que cumplió la mayoría de edad y asumió el poder. Un poder relativo pues, igual que el anterior emperador, Guangxu fue una marioneta en manos de la emperatriz Cixi.
En aquellos años la emperatriz Cixi hizo prevalecer sus ideas conservadoras y antioccidentales. Con la intención de preservar la dinastía y la tradición, la emperatriz no dudó incluso en aliarse con los bóxers durante su rebelión. La guerra de los bóxers duró dos años aproximadamente, entre 1899 y 1901. En este tiempo, las fuerzas conservadoras e inmovilistas chinas intentaron frenar las influencias japonesas y occidentales. En los levantamientos, miles de extranjeros, progresistas y cristianos fueron asesinados.
La emperatriz Cixi tuvo que asumir la derrota de los bóxers y aceptar las condiciones de paz dictadas por Japón y las potencias occidentales. Cuando la emperatriz Cixi volvió a la Ciudad Prohibida nombró a Puyi, sobrino de Guangxu, emperador. Sería el último de la dinastía. Poco tiempo después, el 15 noviembre de 1908 moría la última emperatriz de China. 

 Si quieres leer sobre ella


La ciudad prohibida, Anchee Min
Género: Novela histórica



La última emperatriz, Anchee Min
Género: Novela histórica








Por Sandra Ferrer