RADIO "PONCHOSVERDES.FM"

viernes, 30 de noviembre de 2012

El Homero femenino, Anite de Tegea (Siglo III a.C.)


Así describía en el siglo primero de nuestra era el poeta Antipater de Tesalónica a Anite de Tegea, una poetisa de origen griego que vivió en el siglo III antes de Cristo. La obra de Anite es incluso más completa que la de la famosa Safo, al menos lo que nos ha llegado de sus versos. Anite escribió epigramas, epitafios, celebraciones de guerras y poesía bucólica que inspiraría en futuro género pastoril. Sus versos sobreviven gracias a su inclusión en la Antología griega. De su vida, poco o nada se sabe.

La musa terrenal
Anite de Tegea habría nacido y vivido en Tegea, una ciudad griega situada en Arcadia, una zona montañosa del Peloponeso. Considerada como una de las nueve musas terrenales, según el mismo Antipater de Tesalónica, de ella han sobrevivido 18 epigramas escritos en dialecto dórico recogidos en la Antología Griega; otros 6 son de dudosa atribución. 

Su obra se centró en epigramas y epitafios, versos breves gravados  a menudo en lápidas funerarias aunque no todos tenían este destino fúnebre. Los epitafios de Anite solían estar dedicados tanto a hombres como a mujeres aunque también a animales y a la naturaleza, iniciando una tendencia de poesía pastoril ampliamente explotada por futuros poetas.  

Apenas unos pocos versos permiten mantener viva la memoria de Anite de Tegea, puede que una de las más importantes escritoras de la Antigua Grecia.

 Si quieres leer sobre ella 


Women in the Ancient WorldJoyce E. Salisbur

jueves, 29 de noviembre de 2012

La violencia estética: otra forma de violencia contra la mujer

Resultado de imagen de La violencia estética: otra forma de violencia contra la mujer
Tradicionalmente cuando se aborda la temática de la violencia contra la mujer, con frecuencia la atención es concedida de manera predominante a la violencia física, verbal y psicológica, fundamentalmente ejercida por el hombre contra su pareja mujer, sin embargo, en nuestras sociedades contemporáneas las mujeres son victimas de una forma de violencia poco atendida y no tipificada en la normativa jurídica de nuestros países, pero que ha alcanzado grandes proporciones y ha cobrado la vida de una multiplicidad de mujeres.
Esta violencia contra la mujer referida es la violencia estética, la cual es de orden psicológico pero que tendrá efecto en el aspecto físico de las mujeres, es decir, impacta su subjetividad pero también sus cuerpos, en una sociedad que establece la belleza como elemento constitutivo de la identidad y valoración femenina.
Esta violencia estética se inicia con el proceso de definición de manera arbitraria de modelos y patrones de belleza mediante el imperialismo cultural, es decir, la violencia estética consiste en la promoción por parte de los medios de comunicación y difusión masiva, la industria de la moda, de la música y el mercado cosmético, de unos cuerpos “perfectos”, los cuales no son más que cuerpos ficticios, irreales, concebidos como ideal, como deber ser, como patrón a seguir, y donde las particularidades físicas de las mujeres son denominadas “imperfecciones”, que de acuerdo a los criterios de belleza reproducidos y transmitidos necesariamente han de ser intervenidas y suprimidas, o en el menor de los casos corregidas.
Pero la violencia estética es también, aquella que ejerce el sistema patriarcal cuando los hombres desvalorizan la naturalidad del cuerpo femenino, cuando asumen como criterio de valoración de belleza las mujeres ficticias, es decir, el canon impuesto por el sistema, es violencia estética cuando los hombres, esposos, padres, compañeros, novios, hermanos, amigos, promueven en las mujeres que forman parte de su vida la transformación de sus cuerpos para lucir mas atractivas, cuando son descalificadas y humilladas, es violencia estética cuando el hombre avergüenza a la mujer, critica con ahínco su imagen y apariencia física por no lucir como esa muñeca de perfectos rasgos y medidas exactas que le ha sido prometida por el mercado.
La violencia estética es la violencia que ejerce el mercado de la salud a través de médicos/as inescrupulosos/as que perciben a las mujeres como objetos, como clientes, como negocio, es violencia estética cuando los/as profesionales de la salud realizan procedimientos en condiciones inadecuadas, cuando introducen en los cuerpos de las mujeres sustancias prohibidas por el incumplimiento de la normativa de salud y alta peligrosidad como los biopolímeros, es violencia estética cuando las mujeres no son informadas detalladamente, asesoradas y advertidas acerca de los riesgos asociados a la realización de procedimientos quirúrgicos o ambulatorios dirigidos a modificar su imagen, es violencia estética la implementación de instrumentos inadecuados, materiales vencidos, como también la reutilización de implantes para abaratar los costos e incrementar sus ganancias a costa de la integridad física de las mujeres.
Pero fundamentalmente es violencia estética aquella que ejercen las mujeres contra si mismas, al evaluarse y valorarse a partir de los criterios impuestos por un mercado capitalista que ha cosificado, mercantilizado y comercializado sus cuerpos, es violencia estética aquella que cometen las mujeres contra sí al someterse a cirugías invasivas, restricciones alimentarías, procedimientos agresores de su integridad y su naturaleza, así como, todo el conjunto de elementos constitutivos de la tiranía de la belleza, como medio de adecuación a la expectativa social estética y estereotípica de la sociedad.
Es violencia estética la que ejercen las mujeres contra si mismas al borra su identidad, sus particularidades y someter sus cuerpos al molde impuesto de la belleza, es violencia estética el renunciar a quienes son, al invisibilizar su historia escrita en sus cuerpos, en sus kilos, en sus marcas, la violencia de borrar su unicidad…

Socióloga Esther Pineda G.
FUENTE http://mujerdelmediterraneo.heroinas.net/2012/11/la-violencia-estetica-otra-forma-de.html?m=1

lunes, 26 de noviembre de 2012

Cartas desde Estambul, Lady Mary Wortley Montagu (1689–1762)


La literatura epistolar es un género que nos permite conocer de primera mano la vida de muchos personajes históricos. Las cartas que algunos de ellos escribieron para sus seres queridos o conocidos, nos ayudan a sumergirnos en mundos pasados relatados en primera persona. Desgraciadamente no todas las cartas que se escribieron han permanecido hasta nuestros días. Muchas se perdieron y otras se quemaron voluntariamente. 

En 1763 aparecía la primera edición de Embassy Letters, una recopilación de cartas escritas por la mujer del que había sido embajador inglés en Turquía. Unas cartas que su propia hija había intentado por todos los medios que no salieran a la luz porque relataban la vida de su madre, Lady Mary Wortley Montagu, una mujer rebelde, demasiado moderna para su tiempo, que vivió una vida escandalosa para unos y apasionante para otros. Lady Mary se adentró en el secreto e imaginado mundo de los harenes orientales y relató en su correspondencia su vida en la enigmática Estambul. La vida de la señora Montagu estuvo llena de rebeldía, escándalos y afán de libertad, algo que una mujer del siglo XVIII podía conseguir sólo a cambio de poner su propia existencia en tela de juicio.

Elegancia rebelde
Mary Pierrepoint nacía un 15 de mayo de 1689 en Londres, en uno de sus barrios más selectos y elegantes, Covent Garden. Su padre se llamaba Evelyn Pierrepoint y era conde de Kingston. Estaba casado con Mary Fielding, hija de un conde y familia lejana del escritor inglés Henry Fielding. Mary era la mayor de cuatro hermanos, tres niñas y el pequeño William. Tras el nacimiento del benjamín, en 1693 fallecía lady Fielding dejando a Mary huérfana con apenas cuatro años de edad. 

Los pequeños Pierrepoint se trasladaron a vivir con su abuela paterna, Elizabeth, en una bonita casa de campo en West Dean. Aquellos no fueron años felices para Mary que tuvo que soportar una estricta educación por parte de su abuela, su tía y una institutriz francesa rígida y estricta. Mary pasó en West Dean sus primeros ocho años de vida, rodeada de reglas y normas estrictas y del empeño de sus educadoras de convertirla en una dama de la alta sociedad. 

En 1699 moría Elizabeth Pierrepoint y los pequeños hijos del conde de Kingston tuvieron que volver a cambiar de residencia. Mary y sus hermanos se instalaron entonces en Nottingham, en una mansión conocida como Thoresby Hall. Allí Mary fue un poco más feliz porque pudo disfrutar de la espléndida biblioteca de la mansión y porque su padre podía visitar a sus hijos con más frecuencia.

Mientras sus institutrices se empeñaban en continuar haciendo de Mary y sus hermanas unas damas dignas de su estatus, ella se adentraba en las páginas de los libros de la biblioteca familiar. Así aprendió latín, francés y conoció la obra de autores como Ovidio o Molière. Su formación autodidacta dio pronto sus frutos y en 1703 empezó a escribir poesía, ensayos y sátiras.

Cuando Mary se convirtió en una elegante dama de dieciocho años, empezó a ejercer de anfitriona en las veladas que organizaba su padre en las que asistían políticos, literatos y personalidades destacadas de la alta sociedad londinense. 

Matrimonio rebelde
Lady Mary se había convertido en una bella dama en edad de contraer matrimonio y no le faltaron pretendientes interesados en emparentar con la rica y prestigiosa familia de los Pierrepoint. Pero la hija mayor de Evelyn no se lo iba a poner nada fácil. 

La persona elegida por Mary no fue en absoluto del agrado de su padre. A pesar de ser alguien de buena familia, con una carrera reputada como político, Edward Wortley Montagu, once años mayor que su hija, no fue bien aceptado. Además de la falta de simpatía hacia Edward, el joven pertenecía a una familia de rancio abolengo con títulos nobiliarios pero escasa fortuna económica para aportar una buena dote al matrimonio.

Así, en 1710, mientras su padre intentaba llegar a un buen acuerdo matrimonial con Edward, Mary fue trasladada de nuevo a Weast Dean. La joven aguantó allí dos largos años hasta que decidió que ya no soportaba más aquella situación y el 21 de agosto de 1712 la joven e impetuosa Mary saltaba por la terraza de su casa y huía en un coche de caballos. Aquella huida novelesca le valió el rechazo total de su familia que la desheredó de inmediato.

Pero aquel idilio de cuento de hadas que empezó de un modo tan original no seguiría por buenos derroteros. La pareja se fue distanciando al poco de haberse casado en secreto en Londres a causa, sobretodo, de la obsesión de su marido por su propia carrera política. A pesar de todo, los entonces señores Montagu tuvieron un hijo, el 16 de mayo de 1713 al que llamaron Edward como su padre y años después, ya en Estambul, nacería su segunda hija que recibiría el nombre de su madre. 

Tras años de desencuentros entre la pareja, en 1716 su destino daría un giro de 180 grados. Sir Wortley era nombrado embajador en Estambul y representante de la Compañía de Oriente. 

Rebeldía en Oriente
La posibilidad de viajar hasta Turquía y conocer de primera mano aquellos parajes que sólo conocía por los libros que había ojeado de niña hizo renacer a Lady Mary. El 1 de agosto de 1716 la familia Wortley Montagu con el pequeño Edward de tan sólo cuatro años de edad, partía de Londres rumbo a la Sublime Puerta.

El viaje por tierra atravesando media Europa duró casi un año. En ese tiempo visitaron distintos lugares de Alemania y Austria y permanecieron un tiempo en Edirne. Los pormenores de la primera parte de su aventura oriental fueron detallados por carta a su hermana Lady Frances a la que seguiría escribiendo durante todo el tiempo que permaneció en Estambul. En aquellas letras Lady Mary relató su visita a un auténtico harén, algo que marcó su viaje pues pudo comprobar de primera mano la realidad de aquellos misteriosos lugares relatados por hombres que más bien los habían soñado que observado de primera mano.

El 1 de junio de 1717 Lady Mary pisaba al fin Estambul. La familia del nuevo embajador se instaló en un bello palacio del siglo XVII situado en el barrio de Pera. Pero Lady Montagu no permanecería recluida tras los muros de aquella vivienda suntuosa. Lady Mary hizo uso de las costumbres turcas de cubrir a las mujeres con un velo para ocultar su identidad y poder adentrarse en la verdadera vida de la ciudad. 


Lady Mary se sumergió de lleno en la vida oriental y adoptó incluso su manera de vestir. La esposa del embajador pasó el tiempo disfrutando de los lujos ofrecidos por el sultán, adentrándose en el gran laberinto del Gran Bazar, sumergiéndose en los harenes de la ciudad y relatando a sus amigas inglesas y a su querida hermana aquella fantástica existencia. En 1718 nacía su hija, Mary, hecho que no le impidió continuar con su ajetreada vida social.

El final de un sueño
Aquel mismo año Mary recibió la triste noticia de la cesión de su esposo de sus cargos en Estambul. El 5 de julio terminaba su aventura oriental. Aun tardarían un tiempo en volver a Londres porque hicieron varias escalas en el camino. Una de ellas, en París, donde Mary pudo rencontrarse con su hermana Frances, con la que había mantenido su relación gracias a las cartas. 

El viaje terminaba definitivamente el 2 de octubre de aquel mismo año cuando la familia Wortley Montagu llegaba a Londres. Mientras su esposo de volvió a centrar en su carrera política, Lady Montagu disfrutó de su éxito como escritora. 

La cura de la viruela
Poco tiempo después, en 1721, toda Inglaterra sufrió el duro golpe de una gran epidemia de viruela. Mary había conocido en Estambul la técnica de inoculación como vacuna eficaz contra esa enfermedad. Ella misma había sufrido sus consecuencias en 1715 y, aunque había podido sobrevivir, las marcas en su cara le recordaron toda su vida aquel terrible trance que se había llevado a su hermano años atrás. Lady Mary no había dudado de los médicos turcos y había pinchado a su propio hijo una aguja con viruela para hacerle inmune a la enfermedad. 

Ya en Londres, y con la amenaza de la viruela en todos los rincones del reino, Lady Mary intentó convencer a las autoridades sanitarias de la fiabilidad de la inoculación. A pesar de que consiguió su cometido, la opinión contraria de la iglesia, que tachó el método de herejía musulmana, hizo volver a los médicos a sus antiguos e inefectivos procedimientos.

El final rebelde de una dama rebelde
Con un matrimonio roto, un hijo del que sólo recibía disgustos y una hija casada en Escocia, Lady Mary encontró consuelo en la poesía y en los brazos de un poeta veneciano, Francesco Algarotti. El joven escritor, 24 años menor que ella y con unas tendencias sexuales dudosas, utilizó el entusiasmo y apasionamiento de su amada para conseguir favores en la corte inglesa.

Cegada por el amor de Algarotti, Lady Mary se fugó por segunda vez en su vida. El destino era Venecia, donde pensaba encontrarse con su galán. Pasó años esperando durante los cuales se convirtió en una dama admirada por los círculos literarios venecianos. Pero al final, en 1741, cuando se encontró con Algarotti en Turín se dio cuenta de que su amor iba a ser imposible. Lady Mary ahogó su profunda decepción amorosa en una vida itinerante. Pasó años viajando por distintas ciudades europeas hasta que decidió volver a Londres tras la insistencia de su hija, la entonces Lady Bute. Cuando Lady Mary pisaba de nuevo Londres, en enero de 1762, era ya una mujer viuda. Su marido había muerto hacía tiempo con más de 80 años.

En el viaje de vuelta a su país, Lady Mary había conocido a un clérigo inglés llamado Benjamín Sowden a quien decidió confiar toda su correspondencia de los años vividos en Turquía. Lady Mary autorizaba al reverendo Sowden a publicarlas solamente después de su muerte si así lo consideraba oportuno.

El 21 de agosto de 1762 después de luchar contra un cáncer de pecho, moría rodeada de su hija y sus nietos. 

Desaparecida Lady Mary, su hija se dispuso a recuperar las cartas que no quería que nadie publicara por miedo al escándalo. Cuando las consiguió le tranquilizó ver que no tenían nada de lo que se pudiera arrepentir. Sin embargo, cuando en 1763 se publicó la primera edición de las cartas de su madre, probablemente copiadas mientras estuvieron en manos del reverendo Sowden, Lady Bute no aceptó con agrado el éxito de las mismas. 

 Si quieres leer sobre ella 

Cartas desde Estambul, Lady Mary Wortley Montagu
Damas de Oriente, Cristina Morató








Viajeras intrépidas y aventureras, Cristina Morató








Por Sandra Ferrer

sábado, 24 de noviembre de 2012

La viuda de América, Jacqueline Kennedy (1929-1994)


Jacqueline Kennedy pasó de ser una niña rica, a convertirse en la Primera Dama más glamourosa y preparada de la historia. Pero su personal sueño americano se vio truncado aquel viernes de noviembre de 1963 sobre una limusina en las calles de Texas cuando su marido, el presidente de los Estados Unidos, John Fitzerald Kennedy era asesinado por un francotirador. Jackie se convertía en una joven viuda de poco más de treinta años con dos niños y una terrible amenaza sobre los suyos. Su matrimonio con el multimillonario Aristóteles Onassis la hizo bajar del pedestal de la popularidad en el que nunca le gustó estar. Pero los rumores eran ciertos, la joven ex-primera dama se casaba por interés. Viuda por segunda vez, Jacqueline Kennedy vivió los últimos años de su vida alejada de la vida pública y disfrutando de sus hijos y nietos y su ingente herencia. 



La pobre niña rica
Jacqueline Lee Bouvier nacía el 28 de julio de 1929 en Southampton, Nueva York en el seno de una rica familia de origen francés. Su padre, John Bouvier era corredor de bolsa en Wall Street  y su madre, Janet Lee era hija de un rico banquero y estaba obsesionada con el lujo, la etiqueta y los convencionalismos sociales. De hecho, la familia de Jacqueline hizo creer a todo el mundo que eran descendientes de la aristocracia francesa para codearse con la alta sociedad norteamericana cuando en realidad sus ancestros no habían sido más que inmigrantes franceses que se habían enriquecido con los negocios inmobiliarios. 

Lo cierto fue que tanto Jackie como su hermana cuatro años más pequeña, Caroline, crecieron en un ambiente de lujo y riqueza, privilegios ensombrecidos por la realidad oculta tras la máscara de familia feliz. Su padre era un bebedor y mujeriego empedernido y su madre lo soportaba sólo por el dinero que ganaba su marido. Pero con la llegada de la gran depresión de 1929, los negocios de John Bouvier fueron decayendo hasta que ya no pudo mantener los constantes caprichos y elevado tren de vida de su mujer. En 1940 Janet Lee pedía el divorcio y Jacqueline y Caroline verían con tristeza el alejamiento de su amado padre. 




Un alejamiento que se acentuó dos años después cuando su madre se volvió a casar con un multimillonario y se fue a vivir con su nuevo marido y sus dos hijas lejos de Nueva York. Jackie no se adaptó fácilmente a vivir en un nuevo hogar con un nuevo padre y sus hermanastros. El divorcio de sus padres hizo de la alegre y extrovertida Jackie una niña encerrada en sí misma, falta de cariño y retraída.

Una exquisita educación
Jacqueline Bouvier recibió una exquisita educación en exclusivas escuelas de señoritas en Nueva York y más tarde en Connecticut. A los dieciocho años ingresaba en la selecta universidad femenina de Vassar donde estuvo muy poco tiempo pues pronto ganó una beca para estudiar en la Sorbona de París. 

La elegante periodista
Gracias a los contactos de su padrastro, Jacqueline, de vuelta a los Estados Unidos, empezó a trabajar como periodista en elWashington Times-Herald. A pesar de que sus primeros trabajos eran de poca importancia, le permitió empezar a conocer a personajes importantes del mundo de la política. 

A John Fitzerald Kennedy, un joven político aspirante a senador, lo conoció en mayo de 1951 en una cena en casa de unos amigos comunes. En aquella ocasión no ocurrió nada destacable entre ellos. La segunda vez que se vieron, el 8 de mayo de 1952, John percibió el gran talento y preparación de una joven que era distinta a las demás, con varios idiomas en su haber y amante del arte y la literatura.

La relación entre John y Jackie fue madurando poco a poco. Durante su noviazgo, en el que la joven empezó a conocer y a relacionarse con la difícil y amplia familia Kennedy, John fue elegido senador de Massachusetts. Aquel mismo año de 1952, Jackie fue escogida por su periódico para cubrir la coronación de la reina Isabel II en Londres. Antes de marchar, John le pidió en matrimonio, propuesta a la que ella no contestó. Pero de vuelta de Europa, en el aeropuerto, la esperaba un joven apuesto con un anillo en la mano. 




El 25 de julio de 1952 se anunciaba oficialmente el compromiso. Se casaron un año después, el 12 de septiembre de 1953, a pesar de las diferencias abismales entre Jackie y la familia Kennedy, quien, a excepción de su suegro, casi nadie la acogió con los brazos abiertos, y, por supuesto, a pesar de las constantes y conocidas infidelidades de John. Amoríos a los que nunca renunció y con los que su esposa tuvo que convivir con elegancia y dignidad. 

Un matrimonio truncado
A pesar de que eran guapos, ricos, famosos y poderosos, la pareja no vivió un matrimonio idílico. Jackie, deseosa de conseguir construir un verdadero hogar, vivió con tristeza los primeros meses de su vida en común. La soledad fue la sustituta de un marido demasiado volcado en su carrera política y sus relaciones extra-matrimoniales. 

Pero lejos de quedarse recluida tras un manto de lágrimas, Jackie decidió actuar. Pronto se dio cuenta de que si se unía al sueño político de su marido, podría pasar más tiempo a su lado. Y así lo hizo. Y fue un éxito. Jackie no sólo se convirtió en una excelente compañera política para su marido, inteligente y con buenos consejos, sino que su imagen elegante hacía ganar puntos al futuro presidente de los Estados Unidos. 

Jackie aún tendría que soportar más adversidades, esta vez a causa de la frágil salud de John que lo llevó en varias ocasiones a situarlo al borde de la muerte. En esas difíciles ocasiones también Jackie demostró estar a la altura y mantener la entereza y fuerza de voluntad. 

La señora Kennedy siguió soportando las infidelidades de su marido, una vez restablecido de sus dolencias, y sufriendo por no poder crear un verdadero hogar. En 1955 sufría un aborto de un bebé de tres meses. Un año después conseguía volver a quedarse embarazada. Tampoco esta vez consiguió que el embarazo llegara a buen término. Y cuando Jackie tuvo que pasar por el duro trance de dar a luz a un bebé muerto, lo hizo sola, mientras su marido se divertía con su familia y unos amigos en la Costa Azul.

En 1957 Jackie se quedó embarazada por tercera vez. Por fin, el 27 de noviembre de aquel año, conseguía dar a luz a un hijo. Caroline salvó a su madre de la tristeza y consiguió emocionar sinceramente a su padre quien en aquella ocasión sí que se encontraba al lado de su esposa. 

La influyente primera dama
Tres años después John anunciaba oficialmente el inicio de su carrera presidencial. Y allí estaría Jackie, acompañándolo en una vorágine de viajes inacabables, discursos, cenas y encuentros para captar al mayor número de electores. A pesar de la gran efectividad que suponía tenerla a su lado en los actos públicos, Jackie se retiró de la carrera electoral de su marido cuando estaba en el quinto mes de su cuarto embarazo. 

El 8 de noviembre de 1960 John Fitzgerald Kennedy conseguía su sueño y se convertía en presidente de los Estados Unidos. Dos semanas después nacía prematuramente su hijo John quien sobrevivió milagrosamente. También Jackie superó aquel terrible trance que la situó al borde de la muerte. 

Superadas todas las dificultades, la familia del presidente John Kennedy se instalaba en la Casa Blanca para vivir una de las etapas más espléndidas de su vida. Jackie, horrorizada por la situación en la que se encontraba la vivienda presidencial, la remodeló de arriba a abajo dándole un aire nuevo, moderno y funcional. Se convirtió en una primera dama elegante, inteligente, que ayudó a su marido en todo lo que pudo y que sufrió con dignidad la constante ausencia de intimidad. Y, por supuesto, los inacabables amoríos de John que nunca cesaron.

En abril de 1963 Jackie se volvía a enfrentar al duro trance de traer al mundo a un bebé muerto sumiéndola en una terrible depresión.

Aun así, Jackie continuaría con sus actos oficiales al lado de su marido cuando la obligación lo requirió. La última vez, fue en Texas, en una gira oficial por Dallas que tenía que conseguir atraer al electorado de aquella zona del país. Sería la última. 




El 22 de septiembre de 1963 Jacqueline Kennedy vería morir a su propio marido a su lado tras sufrir varios disparos en la cabeza. A pesar de lo terrible de la situación, Jacqueline viviría las horas y días posteriores a la muerte de John con excepcional entereza. 


Tras volver junto al féretro de su marido en el Air Force One a Washington, organizó su funeral con gran detalle y rigor y asistió a su entierro con un velo negro cubriéndole en rostro y acompañada de sus hijos Caroline y John Jr. 

La señora Onassis
Jackie abandonaba la Casa Blanca y la vida pública pocos días después. En un ático en la Quinta Avenida donde viviría hasta el final de sus días intentó alejarse del acoso de la prensa y conseguir llevar una vida relativamente tranquila. Aunque la muerte de su cuñado Bob la llenó de desolación otra vez y de miedo por ver cómo los distintos miembros de la familia Kennedy desaparecían de la escena política de manera dramática. 

El público, que no quería olvidar a su ex-primera dama, quedó más que asombrado cuando el 20 de octubre de 1969, con treinta y nueva años, se casaba con el poderoso armador griego Aristóteles Onassis. Más de veinte años mayor que ella, asumió que la opinión pública la acusara de haberse casado por conveniencia. De hecho, eran muy distintos y Onassis pagaba sin rechistar las abultadas facturas de una esposa convertida en una compradora compulsiva.

Seis años después, el 15 de marzo de 1975 volvía a enviudar convirtiéndose en una rica heredera. 

Los últimos años de su vida los pasó viajando por todo el mundo, trabajando como editora de libros y cuentos infantiles hasta que un cáncer la condenó inexorablemente. Consciente de su enfermedad, Jacqueline Kennedy volvió a demostrar su elegancia como persona despidiéndose de los suyos y preparando su propio funeral.

El 19 de mayo de 1994 fallecía rodeada de sus hijos. Fue enterrada en el Cementerio Nacional de Arlington junto a su marido y sus hijos que no habían sobrevivido. 

Con su muerte no desaparecería el interés por una de las primeras damas más conocidas, amadas e imitadas de toda la historia de los Estados Unidos. 

 Si quieres leer sobre ella

Divas rebeldesCristina Morató









Por Sandra Ferrer



viernes, 23 de noviembre de 2012

Heteropatriarcado y violencia machista


El patriarcado es un sistema de organización social, político y económico de dominación masculina en el que los hombres aparecen como figuras activas de la opresión hacia las mujeres. En un principio y de forma amplia, podemos entender el sistema de relaciones de dominación hombre-mujer como un paralelismo (desde la perspectiva de género) al capitalismo: burguesía-trabajadores. En ambos casos existe una fuerza hegemónica (hombre, burguesía) que ejerce opresión sobre la otra (mujer, trabajadores).

El patriarcado se caracteriza porque las instituciones políticas y económicas, el lenguaje, las normas y relaciones sociales y las formas de vivir y ver el mundo actúan desde una perspectiva exclusivamente masculina. Dentro de esta estructura social patriarcal el poder y el control es ejercido por el sujeto moral autónomo en el centro del discurso de la modernidad que sólo se reconoce como ente de razón y, por lo tanto, sujeto de derecho: el hombre heterosexual. Esta asimetría que coloca a los hombres heterosexuales por encima de las mujeres, de los niños o mayores, de los homosexuales, de los transexuales, de los bisexuales y otras identidades de género se reproduce mediante imposición de la heterosexualidad delimitando las identidades sexuales. Existe una hegemonía heterosexual masculina que domina al resto de categorías: el heteropatriarcado. El actual sistema capitalista, basado en el consumo, encuentra soporte en el heteropatriarcado el cual objetiviza a las mujeres, reduciéndolas a meros objetos para ser “consumidos” por los hombres y a realizar tareas productivas no remuneradas (cuidados y trabajo doméstico) y reproductivas (embarazo y crianza) que, además, son menospreciadas pero que sin las cuales el actual sistema capitalista heteropatriarcal de acumulación sería materialmente imposible de reproducirse y crecer.
Dentro de la estructura heteropatriarcal existen una serie de desigualdades y un desequilibrio de poderes en favor de los hombres que buscan afianzar una posición de dominio a través de actos violentos que dan lugar a atentados contra la integridad física, psíquica y sexual de las mujeres (también contra quien manifieste otras identidades sexuales y de género fuera de la norma heterosexual impuesta y que se considera natural).
La violencia machista aparece en el momento en el que las mujeres no son reconocidas como sujetos de derecho autónomos y con voluntad propia capaces de expresarse libremente a través de actos y decisiones concretas, sino como mercancía y servidoras a los intereses heteropatriarcales. Los actos de las mujeres se valoran de forma tendenciosa y ambigua cuando se da por cierta una intención aunque ellas afirmen constantemente lo contrario (“cuando las mujeres dicen no en realidad quieren decir sí”). Existe de forma generalizada una falta de reconocimiento de la voluntad propia de las mujeres ligada al aspecto de la transgresión de un derecho.
Los actos u omisiones que causan daño evitable, transgreden su voluntad y refuerzan la posición inferior de las mujeres sólo recientemente están empezando a ser definidos como violencia machista ya que, tradicionalmente, vienen considerándose naturales. Desde que se está empezando a reconocer a las mujeres como sujetos de derecho autónomos y con voluntad propia gracias a los grupos feministas y otros entes, se viene cuestionando el carácter heteropatriarcal del capitalismo y la violencia machista que trae consigo esta forma de organización dentro de las sociedades contemporáneas.
Los actos violentos contra las mujeres pueden tomar diversas formas y ámbitos. Durante mucho tiempo, se ha pensado que el daño sólo podía ser físico pero la violencia también puede ser psicológica o emocional, verbal y sexual. Es reseñable que la violencia psicológica es la única que se presenta de forma aislada y que siempre está presente en las demás. Por otro lado, la violencia contra las mujeres se da en diferentes ámbitos: laboral, familiar, formativo pero los casos que adquieren mayor protagonismo y dramatismo suelen ser, desgraciadamente, los que se dan en el ámbito de la pareja y doméstico.
La violencia machista en una relación hombre-mujer no se origina únicamente en su interior: está condicionada por muchos factores externos a la relación, culturales y estructurales, que configuran el heteropatriarcado, que se han legitimado y naturalizado, y que se vienen reproduciendo partiendo de una desigualdad de género. Entre ellos, es fundamental la construcción de la masculinidad. Esta construcción está íntimamente ligada con la violencia. Desde pequeños, se enseña a los niños que deben responder a las características de fuerza, virilidad, competitividad, insensibilidad, rudeza, agresión, desafío y, directamente, violencia. Se les dice que no pueden llorar o expresar sus emociones de forma que los propios hombres ejercen contra sí mismos violencia buscando acabar con cualquier atisbo de feminidad. Esta noción de la masculinidad y su superioridad así como el odio a los atributos que tradicionalmente se han impuesto como femeninos (dulzura, belleza, sumisión, afecto, vulnerabilidad, debilidad, dependencia) que se transmite a las nuevas generaciones de hombres y sobre la que se basa la sociedad heteropatriarcal da pie a la existencia de la violencia machista.
El propósito que tenemos es seguir deshaciendo la naturalización del fenómeno de la violencia machista y constatar que el heteropatriarcado es una de las bases en las que se reproduce la actual sociedad de mercado. La lucha por deconstruir las prácticas culturales heteropatriarcales impuestas y que tantas veces repetimos hombres y mujeres, debe ser una lucha de ambos sexos ya que, aunque principalmente el patriarcado oprime a la mujer, también determina un “deber ser” para el hombre, imponiendo a ambos sexos estereotipos de género muy delimitados e impidiendo desarrollarnos libremente en la sociedad fuera de los comportamientos sociales establecidos como naturales. Es una tarea de concienciar, desnaturalizar prácticas abusivas y construir nuevas relaciones más humanas e igualitarias sin ningún tipo de discriminación de género, identidad sexual o explotación.