RADIO "PONCHOSVERDES.FM"

martes, 31 de octubre de 2017

La mujer como sujeto empoderado del capitalismo



Diana Carolina Alfonso
Rebelión


El manual de la mina copada publicado por Clarin ha generado un sinfín de rechazos. De tan cotidiano, apesta a obviedad un requerimiento que siempre es más sutil: el de amoldarse. La pedantería del tono suena como un llamamiento al orden ¡Formen, mano al frente, fir! Una orden, que como todo lo construido por la comunicación liberal, se disfraza de crema chantillí para manosear nuestro sentido común.
No subestimemos lo que sucede. Clarín es productor y termómetro de discursos hegemónicos. Muestra de ello es el repertorio de Magda Tagtachian, progenitora inmaculada de adiestramientos como El manual de la mina copada, entre otros muchos. Echar un ojo a sus artículos es resumir a modo de rompecabezas el ideario de Self Made Women que sustenta el sueño liberal de una sociedad que cree que la desigualdad es correlativa a la meritocrácia. Que hay pobres porque quieren ser pobres. Que hay ricos portadores de toda la buena onda que necesita un mundo lleno de paz y amor. Que individualmente se puede triunfar si nos esmeramos en aplastar cabezas mientras ascendemos con un manto de luz al cielo. El gran triunfo de este discurso tiene que ver con hacer de la excepción la regla. De esta tela de araña no escapa ni el feminismo, y con esto debemos ser claras. La mujer en su singularidad inmanente, en su todo eterno, en su esencia universal ¡No existe! Las mujeres, como todos los seres humanos, nos debemos a un contexto social, a una historia, a un territorio. No somos reductibles a una fórmula ni para la plenitud, ni para el socialismo, ni para las expectativas de las instituciones (sociales, económicas, políticas, etc.). Y el feminismo, como lo anota Julieta Paredes, no es más ni menos que la lucha y la propuesta política de vida de cualquier mujer en cualquier lugar del mundo, en cualquier etapa de la historia que se haya rebelado ante el patriarcado que la oprime.
Dada la composición sociohistórica del movimiento de mujeres, es insano instalar "feministómetros". Sin embargo, no todo socialismo es feminista ni todo feminismo es socialista. Tagtachian es completamente coherente con el lugar que ocupa al interpelar a las mujeres. Es firme en hacer parecer a la excepción como un sueño de hadas en el que todas participamos como bailarinas en puntas de pie como en una caja de música. El problema está en darnos cuenta que la muñeca sólo baila cuando abren la caja. En la serie El Cuento De La Criada se torna brutalmente explícita la función de la caja de sonido: la excepcionalidad convenientemente generalizada se desatiende de dar explicaciones sobre fenómenos complejos. En su reduccionismo individualista subyace su eficacia. ¿Eficaz ante qué? El sujeto mujer debe ser disputado, o adiestrado, o mercantilizado, o liberado.
Si Tagtachian se para en el primer caso, María Riot se para en el segundo. En su particular entendimiento del trabajo sexual la caja de música todo el tiempo nos remite a la bailarina girando sobre la punta de su pie. Y no es que María Riot sea menos feminista que ninguna, simplemente aporta coherentemente desde su postura: una mujer con ciertos privilegios de clase decide por cuenta propia (¡!) ingresar al mundo de la prostitución. Viaja a Europa, trabaja en la industria porno y vuelve a modo de Candi a presentarnos, con su experiencia individual de nueva emprendedora, todos los beneficios de la prostitución por elección. Pero, como sabemos, la prostitución es un fenómeno masificado en el que intervienen los poderes más rancios de la sociedad y la compulsión del mercado a insertar a los sectores más vulnerables en los oficios más degradantes: eso explica las corrientes migratorias de mujeres en condiciones de terrible conmoción social (por pobreza o conflicto armado) que se movilizan de país a país. En la República Dominicana la prostitución es el segundo rubro en el PIB y el Gobierno es el gestor de la trata. A Chile llegan contingentes de jóvenes colombianas a riesgo de ser "desaparecidas" por sus contrabandistas. Algo similar ocurre con las prostitutas paraguayas.
Entendamos que las trabajadoras sexuales merecen todas las garantías sociales que debe garantizar un estado de bienestar, pero en esta propuesta falta algo crucial: insertar a las mujeres de la trata, y el cómo reviste las entrañas de una discusión necesaria.
Así, excluir del fenómeno prostibulario la compulsión del mercado capitalista y la conjunción con las demandas del patriarcado genocida, deja a la bailarina girando en un lugar muy estable. La bailarina de María Riot se para en el punto de equilibrio de la mano invisible en condiciones sociales “deseables”; nos propone un punto de equilibrio entre la oferta y la demanda, en el que su ejemplo personal como Self Made Women funciona a la perfección. En la cara te dice el cuerpo de las mujeres es mercancía –obvio, echando mano del verso de la voluntad individual, como quien adjudica a los pobres la pobreza por una cuestión de v o l u n t a d-.
Al respecto, quienes creemos, posta, que es necesario un feminismo para la liberación, debemos empezar a no subestimar el entorno en que nos encontramos. Vivimos en una sociedad capitalista que nos vende el mérito individual para ratificar el desgarramiento de nuestros vínculos comunitarios. Es importante el músculo social que estamos ejercitando. Pero debemos estar atentas, porque de buenas intenciones está empedrado el camino a la total aceptación del sistema capitalista.
No soy copada
No soy mercancía
No soy excepcional: soy en el somos.
Blog de la autora: http://historiaygeopolitica.wordpress.com/

lunes, 30 de octubre de 2017

La discriminación que sufren las personas solteras




Para celebrar mi soltería había decidido cortarme todo el cabello y atravesar el país conduciendo mi coche, no porque ser soltera fuera algo nuevo sino porque —según lo que había decidido— estaba bien. Mejor que bien, muchos solteros desearían vivir así: a lo grande, deambulando, libres.
Naturalmente, comencé a salir con alguien unas semanas antes de iniciar mi viaje. Entonces me acobardé y no me corté todo el cabello. Conduje, y cada vez que me enviaba un mensaje —cada vez que su dulce nombre iluminaba mi celular— mi sangre corría con placer, como si estuviera conectada al latido de un corazón a kilómetros de distancia.
Pasé por las montañas Rocosas y dormí al lado del Gran Lago Salado pero la parte del viaje que se quedó grabada en mi mente fue cuando llegué a Nevada, perdí el servicio celular al mediodía y no lo recuperé durante 24 horas. La señal se fue a media conversación con una amiga que se estaba divorciando. Me detuve para tomar una foto de la carretera que lucía iluminada por el sol y despejada hasta el infinito pero, en cuanto salí del auto, el aislamiento me asustó y regresé para pisar el acelerador.


Desde el principio, ese era el miedo que había esperado sentir. Sin recepción, nadie podía contactarme ni verme. ¿Y si mi auto quedaba atascado en el fango? ¿Si una serpiente me mordía cuando saliera a explorar?
Me obligué a caminar hasta una mina de ópalo abandonada. El cielo oscureció. Cayó lluvia helada y después granizo. Era un paisaje demasiado inhóspito para refugiarme ahí, así que regresé corriendo a mi auto.
En el campamento, una joven pareja me espantó porque eran las únicas personas que estaban por ahí. Habían amarrado a su perro, que ladraba, a una estaca y colgaron banderas desde la cajuela abierta de su todoterreno, pero ya estaban levantando todo… primero en silencio, y después con palabras fuertes y peleando.
Cerré la puerta y fingí que no los podía oír.
Sin embargo, podían verme tan claramente como yo a ellos, y cuando me miré en sus ojos, vi a una persona que no lo estaba pasando bien. Mi soledad eclipsó todo lo demás acerca de mí; incluso me faltaba la compañía de una serie de mensajes de texto que dijeran “estoy pensando en ti” para convencerme de lo contrario.
Me sentí visible, tan extraña e inquietante como una sirena en el desierto. Me sentí rara.
Era una sensación que me había perseguido todo el año, primero en un evento de orientación para los nuevos profesores en la universidad donde había comenzado a dar clases. “Conozcámonos”, dijo nuestro líder. “Díganles a todos cuáles son sus pasatiempos y cuéntenles sobre sus parejas”.
Me uní a las felicitaciones por el casamiento del profesor de negocios que había sucedido en el verano, mientras me preocupaba por lo que yo diría. En el ejercicio se expresó la diversidad sexual pero se ignoró la posibilidad de estar soltero.
“Soy soltera y me gustan los paseos largos en bicicleta”, declaré por fin, preguntándome si esos extraños me tenían lástima o si veían mi soltería como señal de algo desagradable o no solidario. Había considerado decir “felizmente soltera” pero sabía que el énfasis sonaría falso; no hay necesidad de enfatizar algo a menos que debas justificarte.
Después, cuando unos nuevos amigos quisieron invitarme a cenar pero se les olvidó seguir con los planes, me volví a sentir rara. Sospeché que se habían sentido incómodos por invitarme mientras los demás llevarían a sus parejas. Yo fui la única soltera en un grupo de once personas de una cena a la que sí asistí.
Una conocida que se postuló para un cargo local dijo que le preocupaba que su soltería la proyectara como alguien poco confiable ante los ojos de los electores, y pude entenderla. Hay algo extraño en la soltería, en el sentido literal y también en el hecho de que implica una amenaza a las convenciones con las que la mayoría de las personas organizan sus vidas.
Antes de que se cortara la llamada con mi amiga recién separada estuvimos hablando de la vergüenza.
“Estoy muy vieja para ser soltera y muy joven para ser divorciada”, dijo. “¿Qué pensará la gente?”. Su esposo había sido abusivo y sabía que estaría mejor sin él, pero aún así temía que algo estuviera mal con ella por no haber hecho que funcionara la relación.
La vergüenza de haber “fracasado” en un matrimonio no es distinta del “fracaso” de ser soltero, si consideramos que felicitar a los recién casados es la señal del logro de un objetivo universal.
La mía era una vergüenza que había comenzado a explorar recientemente. ¿Qué tanto de ese sentimiento venía de mi propio deseo de estar con alguien y cuánto de la idea de que, al no hacerlo, estaba confundiendo a mi familia y mis amigos? ¿Qué tanto venía de la sospecha de que, cuando mis colegas me preguntaban si mi nuevo apartamento tenía el espacio suficiente, en realidad querían saber si vivía sola pero esa opción les parecía demasiado trágica como para decirla?
Después de todo, la vergüenza es dolor con algo más: nos muestra más sobre las comunidades donde vivimos y las historias que contamos de nosotros mismos. Lo que revelaba mi propia vergüenza era un deseo de conformarse. Y cuando percibí la soltería como algo afín a la extrañeza, me sentí agradecida con el recordatorio de la comunidad LGBT acerca de que la convención no debe dictar cómo se definen las relaciones. Lo opuesto de la vergüenza, desde luego, es el orgullo.
“Cuando era joven y estaba saliendo del clóset, fue como si aceptara vivir una vida marginal y demente”, me dijo una vez una mujer lesbiana de alrededor de 50 años. Ahora está casada y rara vez se siente extraña. Su sexualidad no ha cambiado pero su vida se ha apegado a la convención.
La historia y el presente de la marginalización de las personas homosexuales son mucho más graves, pero los pasos que han dado hacia el reconocimiento de sus vidas son, proporcionalmente, igual de grandes. Mientras tanto, independientemente de su sexualidad, la gente soltera recibe un trato de ligera exclusión y un desconcierto que resulta anticuado.
Quizá esto se debe a que, a diferencia de las categorías de identidad que abarca el término homosexual, la soltería puede elegirse o rechazarse. Como resultado, y especialmente si eres una mujer blanca sin hijos de más de 30 años, como yo, la soltería es un estado del que la gente supone que quieres escapar. Durante años, sin reflexionar, supuse lo mismo acerca de mi caso.
¿Y cómo no, si incluso la Corte Suprema de Estados Unidos declaró, en una decisión que calificó de inconstitucionales todas las prohibiciones de las uniones de parejas del mismo sexo, que no estar casado era igual a “estar condenado a vivir en soledad”? La tragedia generalmente vinculada a la soltería es así de grave.
Pero si hubiera querido estar con alguien tanto como me habían hecho creer que debía hacerlo, estoy segura de que habría salido con personas de manera más intensiva y habría hecho compromisos mayores. Los extraños pueden referirse a mí como “aún” soltera, como si sufriera de una enfermedad persistente, pero una parte de mí debe amar la vida que tengo.
Decirles a quienes no se han casado que están “solos” es pretender que el matrimonio implica compañía, no solo un conjunto de privilegios históricamente reservados a las parejas de mucho tiempo. Pero cuanto más he sido soltera, más me he dedicado a la compañía en forma de amistades cercanas que enriquecen mi vida. Prosperar como soltero no desafía las convenciones del género ni la sexualidad, pero sí rebate la noción de que las relaciones románticas deben tener prioridad por encima de otro tipo de relaciones.
Tengo una amiga que ha estado casada durante mucho tiempo y solía cuestionar por qué vivía sola hasta que nos dimos cuenta de que era injusto hacerlo sin cuestionar por qué ella vivía con una pareja. Otra amiga me recuerda que reivindicar la soltería de la manera en que las personas homosexuales alguna vez reivindicaron su orientación es una manera de adquirir poder.
Aun cuando hacerlo sea un intento de consolarte, mientras estás asustado y solo, en un desierto sin fin, bajo una granizada repentina, atrapado en la burbuja de tu auto.
O más tarde, cuando debes volver a aprender —como lo hice yo al final de la relación que tenía— que adueñarse de la soltería no solo significa contemplar la incomodidad de los demás; también significa enfrentar el miedo y la lástima que hay en ti.
Primer paso: sal del auto.
Había dejado de granizar. La pareja ya se había ido. Había una fuente termal en la que podía calentarme y un baño donde constantemente corría agua en dos regaderas termales.
Adentro, descubrí que podía cerrar la puerta con seguro. El enorme espacio era solo para mí, pero cuando me quité el traje de baño y busqué mi reflejo en el espejo del muro, vi chancletas abandonadas, libros de bolsillo húmedos y botellas de champú… los rastros de otras vidas. Había nombres y mensajes grabados en la madera mojada. Alguien había pintado un corazón en la pared, o quizá solo era un frijol enorme.
Sería una mentira decir que no anhelaba el calor de otro cuerpo en ese espacio. No obstante, contrario a lo que la Corte Suprema pueda sugerir, la compañía no siempre mitiga la soledad. La soledad se disipa cuando encuentras comodidad y placer en tu propia compañía.
Para eso, sugiero una ducha larga y relajante en un lugar misterioso y hermoso.


https://www.nytimes.com/es/2017/10/30/la-discriminacion-que-sufren-las-personas-solteras/?mc=adglobal&mcid=facebook&mccr=ES&subid=MC18&subid1=TAFI


sábado, 28 de octubre de 2017

Por qué Hillary Clinton tenía razón sobre las mujeres blancas… y sus maridos

Mujer, clase social & elecciones

Resultado de imagen para Mujer, clase social & elecciones Por qué Hillary Clinton tenía razón sobre las mujeres blancas… y sus maridos
http://www.eldiario.es

- Según un nuevo estudio, las mujeres solteras piensan en el conjunto de mujeres a la hora de votar, mientras que las casadas piensan en sus maridos y en sus familias
- Estudios que se remontan a 2006 han demostrado que las mujeres casadas a menudo han votado según el interés económico de su marido

La noche de las elecciones presidenciales en Estados Unidos, Hillary Clinton planeaba vestirse de blanco en homenaje a las mujeres sufragistas y al vuelco que habrían logrado en la historia política. En cambio, como relata en su nuevo libro, el traje blanco se quedó en su funda y Clinton se puso un traje de color negro y violeta que en realidad había planeado llevar en su primer viaje a Washington como presidenta electa. Frente a la oportunidad de elegir a la primera mujer presidenta de Estados Unidos, las mujeres no la votaron. Irónicamente, las mujeres con un perfil más similar al de Hillary Clinton –blancas, heterosexuales y casadas– fueron las que menos votaron por ella. Muchos esperaban que Clinton arrasara entre las mujeres, igual que Barack Obama lo hizo entre los votantes negros en 2008. Si eso hubiera sucedido, Clinton habría ganado cómodamente a Donald Trump. Pero mientras que Obama obtuvo el 95% del voto negro, Clinton sólo obtuvo el 54% del voto femenino, un punto por debajo del candidato demócrata anterior. Y le fue todavía peor específicamente entre las mujeres blancas: la mayoría de ellas votó por Trump. 


La semana pasada, Clinton –que ha tenido tiempo de sobra para reflexionar sobre el voto femenino– aseguró que tiene una teoría. “Las mujeres están bajo una presión muy grande. Y estoy hablando principalmente de las mujeres blancas. Las presionan sus padres, sus maridos, sus novios y sus jefes para que no voten a ‘la chica”, dijo en una entrevista durante la gira promocional de su libro autobiográfico sobre la campaña de 2016. Un núcleo familiar, un voto La gente puede burlarse de la idea de que las mujeres votan presionadas por lo que sus maridos y sus padres les dicen. 

Y se han invertido decenas de millones de dólares en mensajes públicos que parten del supuesto de que las mujeres votarán colectivamente a favor de la igualdad salarial, el aborto y otras cuestiones que conciernen la autonomía femenina. Sin embargo, las ciencias sociales respaldan la afirmación de Clinton. “Pensamos que tiene razón en su análisis sobre la presión que reciben las mujeres por parte de los hombres de su entorno, especialmente las mujeres blancas,” asegura Kelsy Kretschmer, profesora de la Universidad Estatal de Oregon y coautora de un estudio reciente que analiza patrones del voto femenino. “Sabemos que los hombres blancos son más conservadores, así que si una mujer está casada con un hombre blanco, se sentirá más presionada a votar según esa ideología. 

"Si se piensa a nivel individual, este tipo de comportamiento a la hora de votar es más racional de lo que parece. Según la investigación de Kretschmer, la diferencia esencial es que las mujeres solteras suelen pensar en el conjunto de todo el universo femenino a la hora de votar, mientras que las mujeres casadas con hombres votan pensando en sus maridos y sus familias (el estudio se basó en un sondeo de mujeres heterosexuales llevado a cabo en 2012, antes de que se legalizara el matrimonio homosexual a nivel nacional, y no saca conclusiones sobre los casos en que la pareja está compuesta por dos mujeres). 

Esto podría explicar por qué, a pesar del hecho de que en general se piensa que el partido demócrata tiene políticas más favorables hacia las mujeres, las mujeres casadas han votado tradicionalmente al partido republicano. “El mero hecho de estar casadas convierte a las mujeres en conservadoras a la hora de elegir a quien votar,” señala Kretschmer. En resumen, la cuestión es más económica que ideológica. “Las mujeres ganan menos dinero y tienen menos poder, lo cual favorece su dependencia económica respecto de los hombres”, dice el estudio. 

“Por esta razón, las mujeres casadas defienden políticas y políticos que protegen a sus maridos y favorecen su estatus.” De hecho, como los hombres son los principales proveedores en la mayoría de los hogares estadounidenses, es posible que sus esposas consideren que las medidas que buscan la igualdad entre hombres y mujeres podrían perjudicar a sus maridos y por ende a sus familias. “Algunas mujeres casadas ven los progresos de las mujeres, como los fallos judiciales contra la discriminación salarial, como algo perjudicial hacia sus maridos,” asegura la investigación. 

Los autores del estudio también observaron que durante la campaña, las mujeres heterosexuales casadas tomaban partido según los intereses de sus maridos y sus familias por encima de los intereses colectivos de las mujeres.

Una mujer universitaria que se identificó como demócrata y progresista confesó a Kretschmer que si bien no se identificaba como votante de Trump, lo había votado porque el trabajo de su marido dependía de la industria del carbón y creyó que Trump era el candidato que mejor protegería esa industria, y por extensión los intereses de su familia. Kretschmer dijo que el testimonio de esta mujer “fue la confirmación más clara y desoladora de nuestro artículo”. Sin embargo, la creencia popular durante la campaña era, tal y como lo resumió un artículo de the Atlantic, que “las elecciones de 2016 convirtieron la batalla de los sexos en una guerra sin cuartel”: Trump y Clinton no sólo había dividido a hombres y mujeres, según este relato, sino también a “hombres y mujeres que están casados entre sí”. Al menos eso se decía a los lectores. 

Unas semanas más tarde, estuvo claro que esta teoría no tenía mucho fundamento: las mujeres casadas votaron más a Clinton que a Trump por un irrisorio margen de dos puntos de porcentaje. Y no debería sorprendernos. 

Una cuestión económica 

Estudios que se remontan al año 2006 han demostrado que las mujeres casadas a menudo han votado según el interés económico de su marido, y si tenemos en cuenta la diferencia salarial y el rol tradicional del hombre como proveedor del hogar, tiene sentido desde una perspectiva económica que las mujeres casadas voten de esa forma. 

Si bien la brecha salarial se ha reducido, sigue existiendo una disparidad importante y por ende persisten las expectativas basadas en cuestiones de género. Un estudio publicado recientemente por el Centro de Investigación Pew concluyó que los estadounidenses siguen considerando a los hombres como los proveedores principales de los hogares, a pesar de que el aporte de las mujeres ha crecido. Mientras que el 71% de las mujeres que participaron en el sondeo dijeron que es “muy importante” que el hombre sea capaz de mantener a su familia, sólo el 41% de las mujeres dijo lo mismo respecto de su propio sexo. 

Entre mujeres y hombres blancos, sólo el 27% dijo que es importante que una mujer pueda mantener a su familia, comparado con el 52% de las mujeres y hombres negros. Quizás lo más llamativo es que cuanto más nivel educativo tiene una mujer, menos probable es que diga que es importante que la mujer mantenga a su familia. Las tendencias son alarmantes: teniendo en cuenta raza y nivel educativo, los grupos que tienen más posibilidades de mantener una familia sólo con el ingreso del marido –mujeres blancas y mujeres de todas las razas con estudios universitarios– fueron los que menos importancia le dieron a que la mujer sea capaz de mantener su familia.


Las mujeres blancas casadas: el gran triunfo de Trump

Esto también puede servir de contexto para otros informes, como uno de 2015 realizado por un centro de investigación de Nueva York que concluyó que las mujeres negras son significativamente más ambiciosas en sus trabajos que las mujeres blancas (el 22% de las mujeres negras afirmaron querer ocupar puestos jerárquicos, mientras que sólo el 8% de las mujeres blancas dijo lo mismo). El estudio de Kretschmer, publicado por la revista académica Political Research Quarterly, esclarece estas dinámicas al sintetizar hasta qué punto las mujeres ven su futuro ligado al de otras mujeres de su país. 

Utilizando datos del Estudio Nacional Electoral Estadounidense de 2012, el equipo de Kretschmer analizó las respuestas de más de dos mil mujeres a la pregunta: “¿Cree que lo que le suceda a las mujeres en general en el país tendrá algún impacto en su vida personal?”. A las mujeres que respondieron que sí, luego se les preguntó hasta qué punto sentían que eso era cierto. Los resultados mostraron que era más probable que una mujer soltera respondiera que sí, comparado con una casada. Y la brecha entre las respuestas de las mujeres solteras y casadas fueron mayores entre mujeres blancas y de origen latino.

Raíces económicas y culturales
Se cree que el origen de esta brecha es tanto económica como cultural. Según la Oficina de Estadística Laboral, las mujeres blancas son más propensas a casarse y a permanecer casadas que las de cualquier otro origen racial, por ejemplo. A la vez, el informe asegura que muchas mujeres latinas permanecen vinculadas a una cultura “profamilia que defiende los intereses familiares sobre los intereses de un miembro individual de la familia”. Las mujeres negras, tanto casadas como solteras, son las más propensas a ver su futuro vinculado al futuro de las mujeres en general y, además, tienden a ser sostén económico de su familia más frecuentemente que las mujeres blancas o latinas. 

También es más probable que tengan mejor nivel educativo que los hombres con quienes se casan. “Los grupos raciales tienen lazos de identidad colectiva, así que no sorprende que cuando tuvieron la posibilidad de votar por un candidato negro, el número de votantes aumentó considerablemente,” indicó Kretschmer. “Es interesante ver que las mujeres no tienen este tipo de lazos de identidad colectiva.” El falso supuesto de que las mujeres votan como un bloque unido se remonta al movimiento sufragista: un editorial del New York Herald ya advertía en 1870 que “las mujeres siempre se apoyarán entre sí”, respecto de la candidatura de Victoria Woodhull a la presidencia, “y si se permite que las mujeres voten, la señora Woodhull podría ganar por el mayor porcentaje jamás registrado en este país o en cualquier otro.” Pero Woodhull nunca vio materializarse estas ventajas, ya que el apoyo que tenía se derrumbó rápidamente cuando comenzaron a atacarla por cuestiones de su vida personal. 

Como señaló Amanda Hess en el New York Times, el voto femenino siempre ha decepcionado a sus defensores, desde las elecciones de 1916 cuando las sufragistas no lograron derrotar a Woodrow Wilson, pasando por la Enmienda por la Igualdad de Derechos, que fue derrotada en los años 1970s por mujeres conservadores que afirmaban que perjudicaría a las mujeres de clase media. Durante las últimas elecciones presidenciales, fueron muchos los que no lograron ver cuán ardua era la batalla que estaba librando Clinton, no sólo por convencer al electorado, sino simplemente por ganarse el voto de las mujeres.


Traducción de Lucía Balducci

jueves, 26 de octubre de 2017

Las mujeres machistas, el amor y el feminismo





Claro que hay mujeres machistas, vivimos en un mundo machista.  

Las mujeres machistas son la prueba evidente de que el machismo existe. Por eso un machista después de negarte la existencia del patriarcado, te señala sin darse cuenta que hay mujeres machistas para mostrarte que el patriarcado no es un problema exclusivo de los hombres. Y tienen razón: el machismo también es un problema que nos afecta a nosotras. Somos nosotras las principales víctimas de la brutalidad machista en forma de acoso, vigilancia y control, agresiones, maltrato psicólogico y emocional, abusos sexuales, violaciones en grupo, secuestros para el tráfico de esclavas sexuales, feminicidios. 

Existen las mujeres violentas, vivimos en un mundo basado en la violencia patriarcal. 

La culpa no es de las mujeres, aunque en los medios nos sigan machacando con la idea de que nos pasa lo que nos pasa por desobedientes, por provocadoras, por imprudentes, por locas. No somos las asesinas, somos las víctimas.

Esto no nos exime de la responsabilidad que tenemos todas las mujeres para terminar con la desigualdad y la violencia, para romper con los roles y los estereotipos de género, para desobedecer  los mandatos del patriarcado, para luchar por nuestros derechos humanos fundamentales y nuestras libertades, para educar niños y niñas en la diversidad y la igualdad, para protestar cada vez que asesinan a una de nosotras, para visibilizar a las mujeres importantes de nuestra cultura y nuestra Historia,para revisar nuestros privilegios y nuestros prejuicios, para hacer autocrítica sobre las opresiones que ejercemos sobre los demás, para aprender a querernos a nosotras mismas, para aprender a querer a las demás.  

En todas las épocas históricas ha habido mujeres desobedientes al patriarcado. Sin embargo, las feministas aún somos minoría, aunque seamos millones de personas. Y todas nosotras llevamos el patriarcado en los adentros, por eso estamos trabajando individual y colectivamente para liberarnos de todos sus mandatos. 

La buena noticia es que cada vez somos más, y más diversas: estamos transformando nuestra sociedad, nuestra economía, nuestra cultura, nuestra sexualidad, nuestras emociones, nuestra formar de organizarnos y de relacionarnos con los demás. Y el cambio es imparable, aunque genere tantas resistencias en las mujeres y los hombres machistas. 

A continuación os ofrezco un breve análisis de por qué la mayoría de las mujeres en el planeta son patriarcales, cómo interiorizamos el patriarcado, cómo lo reproducimos y transmitimos, cómo ejercemos el poder, qué estrategias utilizamos para sobrevivir en un mundo de dominación masculina, cómo nos relacionamos entre nosotras y con los hombres, cómo amamos y cómo podemos liberarnos colectivamente del patriarcado.   





¿Cómo se hacen las mujeres patriarcales? 
Las mujeres no nacen, se hacen. Aprendemos a ser mujeres en la cultura en la que hemos nacido, y ya desde antes de salir del vientre materno, nuestra identidad está sujeta al género al que nos adscriben nada más nacer. Llegamos al mundo en un sistema de sanidad patriarcal que les dice a nuestras madres que ellas no saben parir, un sistema que no respeta los ritmos naturales de un parto y los acelera cuando se acercan los cambios de turno, un sistema que las trata como enfermas, no como parturientas. Un sistema que las medica y las obliga a parir en la postura que le viene bien al señor ginecólogo que no quiere agacharse ni arrodillarse en el suelo para facilitar la llegada de un bebé que empuja hacia abajo, en la dirección de la gravedad de la tierra. Muchas nacemos en medio de un proceso que en lugar de ser hermoso, se convierte en un infierno de violencia obstétrica, la primera violencia que recibimos muchos nada más de llegar al mundo. 

Nos crían y nos educan en el patriarcado. Los cuentos que nos cuentan son patriarcales, las heroínas y los héroes son patriarcales, también las tramas y los finales felices lo son. ¿Cómo no íbamos a ser patriarcales las mujeres también?

Interiorizamos todos sus mandatos a través de los mitos, adoptamos los roles patriarcales en nuestro proceso de socialización, los reproducimos y los transmitimos a las siguientes generaciones. Todos los grupos dominados asumen la lógica de los que dominan, así que las mujeres dominadas también se mueven en jerarquías y ejercen el poder desde donde se encuentran. 

Afortunadamente, también se generan resistencias a esa lógica: llevamos la desobediencia y la capacidad de resistencia en la sangre. 

Las mujeres como grupo oprimido asumimos las jerarquías y también oprimimos a los que están por debajo nuestra. Estamos siempre en constante batalla, contra nosotras mismas, entre nosotras, y contra los hombres. Algunas mujeres se lo trabajan mucho para despatriarcalizarse, otras no saben si quiera qué significa la palabra "patriarcado", aunque la experimentan en sus carnes a diario. No tienen conciencia de vivir bajo un sistema político, económico, cultural, social, religioso, sexual, y emocional basado en la desigualdad, en la acumulación de poder, y en la violencia contra los más débiles. 


¿Cómo reproducimos la violencia las mujeres?  

Criticamos a las que se salen de la norma, nos portamos mal con nuestras parejas, maltratamos a los seres que consideramos "inferiores" a nosotras o que son más débiles que nosotras (empleadas y empleados a nuestro cargo, hijos e hijas, padres y madres, nueras y suegras, trabajadoras del hogar que contratamos para que limpien nuestra mierda, etc) Discriminamos a mujeres de otras nacionalidades, otras orientaciones sexuales, otras identidades de género, otras etnias, otras religiones. Abusamos de la necesidad de las trabajadoras y trabajadores pobres, conspiramos entre nosotras para hundir a una compañera feminista y desprestigiar su imagen. 

En todo el mundo, las mujeres colaboran con el patriarcado: hay mujeres que tratan mal a otras mujeres que van a dar a luz un bebé, hay madres que mutilan los genitales a sus hijas, o que permiten que sus maridos las violen. Hay mujeres que colaboran en la captación de niñas para la trata de esclavas sexuales, dirigen puticlubs, hay mujeres que se enriquecen explotando a otras mujeres. 

Las mujeres, además, interiorizamos la violencia patriarcal y la dirigimos contra nosotras: nos boicoteamos, nos empequeñecemos, nos sometemos, nos  hacemos daño a nosotras mismas, no nos respetamos, nos traicionamos a nosotras mismas, no nos cuidamos, no sabemos querernos bien. Nos castigamos a nosotras mismas con dietas monstruosas, cirugías innecesarias, tratamientos de belleza espantosos. Cuanto más sometidas estamos, más inseguras somos, más baja es nuestra autoestima, y más nos machacamos a nosotras mismas, por eso enfermamos mental, emocional y físicamente. 


¿Cómo machaca el patriarcado nuestra autoestima? 

Los medios nos recuerdan constantemente que nadie nos va a querer si no estamos guapas, delgadas, sexys, y disponibles para los hombres. Nos ofrecen modelos de belleza inalcanzables, y nos torturamos a nosotras mismas con ese miedo tremendo a que nadie nos quiera. Cuando decimos "nadie", nos referimos a la idea que fabricamos del hombre de nuestros sueños. En esa carrera por estar guapa y ser la mejor en todo, nos exigimos mucho a nosotras mismas, nos machacamos, nos forzamos, nos sacrificamos. 

Nos han metido dentro la idea de que tenemos que ser las mejores parejas, las mejores hijas, las mejores madres, las mejores profesionales, las mejores amigas, y no llegamos a todo. Y nos frustramos con este mito de la super  woman, porque es un modelo de mujer muy alejado de la realidad: nuestro tiempo y energías son muy limitados, y dedicamos demasiadas a intentar cumplir con la tiranía de la belleza y los mandatos del patriarcado.

Nos hacemos daño a nosotras mismas, y también hacemos daño a los demás. Sólo con echar un vistazo a las cifras de maltrato infantil podemos hacernos una idea de la gravedad del problema: hay millones de madres en el mundo que nunca quisieron tener un bebé, que fueron violadas, que fueron obligadas a parir. Hay millones de madres que son niñas y que vieron sus vidas destrozadas al tener que asumir una inmensa responsabilidad que es solo para madres adultas. También hay un número significativo de madres que cedieron a las presiones sociales y familiares para que se reprodujeran sin tener muchas ganas y sin saber donde se metían: el patriarcado mitifica la maternidad para que nos creamos que tener hijas e hijos es lo mejor que puede pasarle a una mujer en la vida, para que nos pensemos que en la maternidad está el paraíso, la felicidad constante, el amor puro, verdadero y eterno. Y luego descubrimos que no es tan maravillosa como nos decían, y no sabemos cómo cumplir con los mandatos de género que nos piden una entrega total a nuestras crías y una perfección que raya en lo sublime, al estilo de la abnegada y sufridora Virgen María. 

El nivel de violencia masculina es infinitamente mayor: la masculinidad patriarcal viola y mata a diario, y no sólo a las mujeres, también a los hombres. Todos los días, en todos los rincones del planeta, las mujeres son acosadas en la calle, en el transporte público, en el trabajo y en la casa. Somos las principales víctimas de las agresiones sexuales y los malos tratos, somos asesinadas a diario por nuestras parejas y ex parejas. 

Esto es importante recalcarlo porque los hombres machistas a menudo ponen ambas formas de violencia (la ejercida por hombres y por mujeres) en el mismo nivel, como si el patriarcado fuera una guerra de sexos de gente que lucha en las mismas condiciones. Y no: el patriarcado está en guerra contra las mujeres, y la gente que lo sigue negando no lo hace por ignorancia, sino porque son machistas. 


¿Cómo ejercemos el poder las mujeres? 

Igual que los hombres, tenemos dos formas de ejercer el poder: con la dominación o la sumisión, y sostenemos luchas de poder con las personas que están por encima y por debajo de nosotras en la jerarquía. 

Cuando tomamos el poder político y económico, lo ejercemos generalmente igual que los hombres, bajo la misma estructura y las mismas leyes. El poder es siempre patriarcal si es jerárquico y está basado en la dominación de unos pocos sobre las mayorías. 

Sin embargo, son muy pocas las mujeres que dirigen países o conglomerados de países, empresas, bancos, partidos políticos, organismos internacionales o poderes judiciales. En la mayor parte del planeta estamos condenadas a la pobreza y a ocupar las escalas más bajas de la jerarquía social. En lugar de unirnos para buscar nuestros propios recursos, nos enseñan a buscar a alguien que nos busque esos recursos, y a competir entre nosotras para quedarnos al mejor proveedor (o al más guapo). 

Diseñamos nuestras propias estrategias para obtener lo que necesitamos para sobrevivir, generalmente sin utilizar la violencia física. Nos han educado desde pequeñitas a utilizar nuestros encantos y nuestras lágrimas para conseguir lo que queremos de los adultos, por eso a menudo nos funciona el victimismo como forma de manipular nuestro entorno. 

Los hombres acaparan las riquezas y el poder, así que nosotras aprendemos pronto a usar las armas que nos da el patriarcado para sobrevivir. Para muchísimas mujeres en el mundo, el matrimonio es la única vía para poder salir de la casa paterna, y para poder salir de la pobreza. El 80% de las tierras del planeta están en manos de los hombres, ellos cobran salarios más altos y sufren menos el desempleo que nosotras: la pobreza en el planeta Tierra tiene rostro de mujer, específicamente, de mujer con hijos e hijas. 

El patriarcado fabrica mujeres sumisas, discretas, obedientes, dulces y abnegadas, mujeres santas que se dan a los demás "por amor". Pero también fabrica mujeres malasmujeres violentas, mentirosas, egoístas, crueles, envidiosas, autoritarias, sádicas, racistas, clasistas. 

Si, hay mujeres interesadas y aprovechadas que manipulan la realidad y a los demás para su propio beneficio. 

Si, hay mujeres asesinas, y hay mujeres torturadoras, y hubo muchas mujeres nazis, y hay muchas mujeres fascistas. 

El feminismo no niega que hay malas personas dentro del género femenino, ni niega la existencia del machismo en las mujeres. Pone el foco en la guerra contra las mujeres porque quiere acabar con la desigualdad, la violencia y la falta de derechos y libertades de las mujeres: de todas, de las malas y de las buenas. Y cuestionamos estos dos conceptos porque para el patriarcado, todas las mujeres desobedientes e insumisas a los mandatos de género son malas. 

Y así quiere el patriarcado que se nos vea a la mayoría: como malas. Tan malas, que hasta ejercemos violencia entre nosotras. No es que esté en nuestros genes, es que nos educan para que creamos que las demás son las enemigas, para que compitamos entre nosotras, para que nos despedacemos sin que los hombres tengan que encargarse todo el tiempo de esa tarea. Por eso hoy cualquiera va y te dice tan tranquilamente que las mujeres somos malvadas entre nosotras y que es un horror trabajar con mujeres. 

Sin embargo, la realidad es justo lo contrario: juntas somos muy poderosas. Sólo nos salvamos cuando nos juntamos entre nosotras para construir comunidades de apoyo mutuo, de sororidad, de compañerismo, solidaridad y cooperación, pero ya se encarga el patriarcado de mantenernos separadas, enfrentadas, y divididas.

El patriarcado nos quiere tristes, rabiosas, asustadas, cabreadas, amargadas, aisladas, y sobre todo, nos quiere deprimidas, centradas en nosotras mismas, entretenidas con nuestros problemas y nuestros sueños románticos. Si cada una de nosotras está en lo suyo, somos inofensivas: el peligro está cuando nos juntamos y somos felices. Porque nos empoderamos, nos transformamos, nos liberamos, y el patriarcado tiembla. 

Esta es la razón por la que el patriarcado necesita que estemos tristes y nos sintamos todo el tiempo vulnerables. Muchas mujeres viven permanentemente insatisfechas pensando que si no han "triunfado" es porque no valen lo suficiente, porque son viejas, gordas o feas. Uno de los mayores castigos que ejercemos sobre nosotras mismas es no aceptarnos tal y como somos, y no darnos el permiso para liberarnos de la culpa y ser felices.

Perdemos muchas energías buscando el reconocimiento de los hombres, la aprobación y admiración de los hombres. No nos responsabilizamos de nuestra felicidad: buscamos a alguien que asuma la tarea, porque nos cuesta confiar en nosotras mismas, nos cuesta reconocer nuestros logros, nos cuesta tratarnos con amor a nosotras mismas. 

No es casualidad que el 95% de las mujeres que conozco o con las que he trabajado en mi Escuela Otras formas de Quererse, en talleres presenciales y congresos, en jornadas y asambleas, tengamos la autoestima baja. No es casualidad: es que el patriarcado nos necesita dependientes, y para eso tenemos que estar en guerra contra nosotras mismas, muertas de miedo ante la soledad, el fracaso, y la falta de amor. Cuanto más baja tenemos la autoestima, más sumisas, más frágiles y más miedosas somos

Cuanto más inseguridades y complejos tenemos, más mezquinas somos. Es una especie de regla no escrita: cuanto peor es la relación con nosotras mismas, peor es la relación con todos los demás. Por eso hay mujeres que se portan tan mal con los hombres, con ellas mismas, y entre ellas: porque asumimos la lucha por el poder patriarcal del mismo modo que los hombres, y ejercemos la violencia sin apenas usar la fuerza física porque queremos ganar todas las batallas, porque necesitamos acumular poder y recursos, porque no sabemos generar espacios de autonomía y empoderamiento femenino, porque creemos que el amor es una guerra y estar en pareja consiste en batallar para evitar la dominación o para ejercerla. 

Como jugamos en desventaja en un mundo en el que los hombres dominan y poseen los recursos, diseñamos estrategias "femeninas" para ejercer nuestro poder: manipulación, chantaje emocional, amenazas, insultos, reproches, acusaciones, engaños. Utilizamos la violencia emocional y psicológica, damos donde más duele, buscamos la manera de adaptar la realidad a nuestras necesidades. Hacemos juego sucio para lograr nuestros objetivos, para ganar las luchas de poder en las que se mueve la humanidad entera a diario. Vivimos en un mundo jerárquico y muy competitivo en el que hay que luchar con uñas y dientes para conseguir los recursos mínimos para la supervivencia, y cada cual lo hace con sus armas y sus conocimientos. 

Las niñas asumen ya con seis años que pertenecen al género de los seres inferiores. Les va mejor a las que se someten a esta realidad que a las que se rebelan, pero el patriarcado igualmente se nos mete a todas dentro, y resulta muy difícil quitárselo de encima. Hay que hacer mucha terapia, mucha autocrítica, y mucho trabajo para analizar e identificar los mandatos que hemos asumido, romper con los roles que se nos han asignado, desmitificar las historias que dulcifican e idealizan la maternidad y el amor romántico. 

Muchas empezamos ya el camino gracias a los feminismos, pero aún somos minoría. 


El amor y las mujeres patriarcales

Las mujeres somos educadas en la cultura sadomasoquista que nos han inoculado desde pequeñas a través de la religión cristiana (con sus mensajes sobre el pecado, la culpa, el arrepentimiento, la redención, el sometimiento a la figura masculina endiosada) y a través de la cultura, que promueve también el placer del sufrimiento y la sumisión. Muchas mujeres viven sacrificadas pensando que luego tendrán su premio en el reino de los cielos, y así se les pasa la vida, esperando al milagro, esperando al príncipe azul (el novio o el hijo varón), creyendo que la felicidad está en que alguien las ame. 

En general, a todas nos han convencido de que las mujeres tenemos un don para amar incondicionalmente a un hombre, para entregarnos por completo a él, para olvidarnos de nuestras necesidades y nuestros sueños, para sacrificarnos por él, para renunciar a todo nuestro tiempo libre y nuestras redes afectivas y sociales, y hacerlo todo por amor, sin que nadie nos obligue. Nos engañaron con la idea de que todo sacrificio tiene su recompensa: "si te sometes al amor y cuidas a un hombre, él se dará cuenta de cuanto vales y cuánto te ama, y vivirás feliz y comerás perdiz. Nos dijeron: "si eres paciente con un hombre, si le esperas con ansias, si le das todo lo que necesitas, él te eligirá y te salvará. Te protegerá, te mantendrá, te amará para siempre, te cuidará como nadie, te será fiel, te acompañará toda la vida". 

Nos han dicho que nuestro sitio está en casa, trabajando gratis, cuidando a todo el mundo, sin vacaciones pagadas, sin derecho a ponerte enferma, sin derecho a la protesta, sin derecho a buscar los espacios y los tiempos propios. Nuestra entrega y encierro podrían parecer voluntarios, pero no lo son: lo hacemos porque es nuestro rol, es lo que se espera de nosotras. Apoyamos al marido para que ascienda en su carrera y posponemos indefinidamente nuestros propios proyectos porque a nosotras lo que nos hace felices realmente es amar, parir, cuidar, criar, educar, servir, y hacernos responsables del bienestar y la felicidad de los demás. 

Nosotras también amamos patriarcalmente: creemos que nuestro amado es "nuestro", nos atamos con candado al amado, controlamos y vigilamos al amado para que no ejerza su libertad, defendemos al proveedor único de los recursos de las garras de las mujeres malas que nos los quieren quitar. Sentimos unos celos terribles cuando nos engañan y cuando sospechamos que nos engañan, reaccionamos con violencia cuando el otro nos dice que no nos ama, nos conformamos con migajas de amor, perdemos nuestra autoestima cuando nos machacan, machamos la autoestima del otro, guerreamos para rebelarnos a la dominación, y también guerreamos para dominar. 

Ese es el único área en el que podemos triunfar, nos dice el patriarcado: el amor. La única forma de controlar a un hombre es enamorarlo, y luego mantenerse firme para que cumpla con sus obligaciones como esposo. Por eso las mujeres libramos batallas tremendas en el área del amor romántico, y aprendemos pronto que desde la sumisión también podemos dominar, y mucho: no hay nada como el chantaje emocional y el victimismo para que el otro haga lo que queremos o nos dé lo que necesitemos. 

Al igual que los hombres, no tenemos herramientas tampoco para gestionar nuestras emociones y construir relaciones igualitarias basadas en el respeto mutuo, el buen trato, y el compañerismo. Porque nos contaron que los hombres como son superiores, se encargarían de nuestro bienestar y nuestra felicidad, resolverían nuestros problemas, nos librarían de la explotación laboral, y nos pondrían criadas y criados para vivir felices en nuestro palacio. Nosotras a cambio ofrecemos lo único que tenemos: nuestro atractivo sexual, nuestra capacidad reproductora, y nuestra capacidad para amar y cuidar. 

Entonces con estas ideas que nos meten en la cabeza, es normal que la mayoría de las mujeres de este planeta (exceptuando a unas pocas) pasemos más tiempo buscando al príncipe azul, que trabajando por nuestra autonomía, nuestros derechos, nuestras libertades, nuestros proyectos. Es normal que utilicemos el sexo para lograr cosas, para obtener recursos, para dominar a los hombres. 

Nos lo dicen todas las princesas Disney que salieron de la pobreza directas al palacio: la mejor fuente de recursos es un hombre, dado que en el mercado laboral la gran mayoría de las mujeres viven en condiciones de esclavitud o de precariedad severa. Las fábricas, las plantaciones y las casas están llenas de mujeres trabajando por un salario obsceno: es normal que sueñen con que alguien las saque de ahí y les regale la tarjeta de crédito. Esnormal que los hombres poderosos y ricos tengan muchas mujeres alrededor, porque ellos son los mayores acaparadores de recursos. El patriarcado no promueve nuestra autonomía, sino que nos hace creer que para lograr poder tenemos que dar sexo, y manipular a los hombres para dejar de pasar penalidades. 

Las mujeres asumimos esta forma de relacionarnos basada en la dominación y la sumisión y las luchas de poder, pero gracias al feminismo ahora somos capaces de fabricar herramientas para desaprender estas estructuras violentas y para salir de los armarios, para atrevernos a sentir y a vivir nuestra sexualidad más allá de la heteronorma. Estamos aprendiendo a relacionarnos desde el compañerismo, sin jerarquías, en estructuras horizontales en las que nos sintamos libres para irnos y quedarnos, libres para ser nosotras mismas, libres de miedos, de culpa, de masoquismo romántico: sabemos que hay otras formas de quererse, y estamos trabajando mucho para llevarlas de la teoría a la práctica. 


Conclusiones

Nuestro papel de víctimas no nos exime de la enorme responsabilidad que tenemos en la reproducción y transmisión del patriarcado, y esto es una enseñanza que yo aprendí en el feminismo: podemos desaprender todo lo que aprendimos, podemos trabajarnos todo lo que queramos, podemos despatriarcalizarnos. Podemos llegar a ser mejores personas, podemos mejorar nuestras relaciones con los demás, podemos transformarnos y transformar a la vez el mundo en el que vivimos. 

El cambio es individual (cada cual que se trabaje los patriarcados que nos habitan) y colectivo, por eso tenemos que hablar mucho del machismo, hacer autocrítica amorosa y feminista, y fabricar herramientas que nos permitan desalojar de nuestro interior todos los mandatos de género, las creencias, los prejuicios, los estereotipos, los roles, los mitos. 

Este es uno de los pilares del feminismo: la rebelión femenina contra el patriarcado que nos oprime desde dentro y desde fuera. Muchas estamos haciendo autocrítica para identificar y trabajar los patriarcados que nos habitan, llevamos muchos años de ventaja a los hombres. Estamos creando redes de sororidad y compañerismo, estamos debatiendo y leyendo en las redes, estamos escribiendo sobre el tema, estamos haciendo talleres, celebrando encuentros, haciendo documentales, reflexionando colectivamente sobre cómo podemos construir un mundo mejor para todos y para todas. 

Ponerse las gafas violetas es apasionante, porque sirve para entender la complejidad del sistema patriarcal y capitalista, pero es muy duro, porque de pronto ves machismo en todas partes, a todas horas, y resulta insoportable. Una de las peores cosas que ves es la indiferencia de la gente, y su ceguera.  

La gran mayoría no lo ve, ni le importa: sólo al 1.4% de la población española le preocupan los temas relacionados con la violencia machista, la discriminación laboral y salarial de las mujeres, la pobreza de las mujeres, la invisibilidad y la ausencia de mujeres en los medios, los techos de cristal, etc. Esto significa que para los medios no es un tema importante, ni quiere que lo sea para la población, por eso apenas habla del tema y cuando lo hace, perpetúa los mitos patriarcales, promueve los estereotipos de género, fomenta la violencia machista, desinforma deliberadamente, culpa a las víctimas y disculpa a sus violadores y asesinos. 

Si, hay mujeres periodistas muy machistas, y también mujeres incultas que no han leído absolutamente nada sobre temas de género y feminismo, y no piensan hacerlo jamás. Hay mujeres machistas en todas las profesiones, hay mujeres que legislan en contra de los derechos de las mujeres, hay mujeres que odian a todas las compañeras de género y se sienten muy superiores a ellas.

Sin embargo, nos hace mucho más daño la violencia de los hombres, porque nos mata a diario. Los hombres machistas en lugar de excusar su machismo señalando la existencia de  mujeres patriarcales, podrían empezar a trabajarse sus patriarcados a solas y en grupo, como hacemos nosotras. 

Ya hay unos cuantos hombres feministas desobedientes a la masculinidad hegemónica: están cuestionando sus privilegios, revisando su forma de ser y de estar en el mundo, haciendo autocrítica amorosa para despatriarcalizarse. Pero son minoría (mucho más minoritaria que la minoría de mujeres feministas), y para lograr un cambio social necesitamos que se incorporen masivamente a este proceso imparable en el que estamos intentando despatriarcalizarlo todo. 

El proceso de liberación es largo: son muchos siglos de patriarcado encima. Nos queda mucho trabajo por hacer, mucho que analizar, muchos mitos románticos que destruir. Tenemos grandes planes para cambiar el mundo: queremos liberar al amor y al sexo de su carga patriarcal, aprender a organizarnos económica y políticamente de otra forma, crear estructuras horizontales para eliminar las jerarquías, cambiar el concepto de poder y relacionarnos de otras maneras... 

Yo siento que los esfuerzos van dando sus frutos: algunas estamos logrando esa autonomía económica y emocional, nos estamos juntando para cooperar y compartir saberes, conocimientos y recursos. Nos estamos empoderando en grupos de mujeres, estamos luchando por nuestras libertades y nuestros derechos, estamos desobedeciendo, estamos construyendo, estamos explorando e inventando, estamos reivindicando nuestro derecho al placer. Estamos educando niñas y niños para que aprendan a desobedecer y a cuestionar el orden patriarcal, y para que puedan imaginar y aportar en la construcción de un mundo diferente. Estos cambios nos benefician a todas y a todos, aunque unos cuantos tengan que renunciar a sus privilegios para que los demás tengamos todos nuestros derechos garantizados.

Nuestro sueño es crear un mundo sin jerarquías, sin luchas de poder, sin acumulación de recursos, sin explotación de los más débiles, sin machismo y sin odio. Queremos garantizar la libertad y los derechos de todas las niñas y todas las mujeres. Queremos un mundo libre de dominación y violencia: este es el sueño por el que trabajo y trabajamos día a día desde los feminismos. La transformación es lenta, pero imparable.   


Coral Herrera Gómez



Te puedes contactar con nosotrxs: ecofeminismo.bolivia@gmail.com Ecofeminismo, decrecimiento y alternativas al desarrollo

Feminismo & Movimiento Indígena: Chaco recibío a 70.000 mujeres en un espacio contrahegemónico único.



www.tiempoar.com.ar

Con la fuerte impronta indigenista, la apertura del 32º Encuentro Nacional de Mujeres sumo a la agenda feminista la cuestión de los pueblos originarios.

Banderas, cánticos, bombos, clamor popular. El estadio del Club Sarmiento se convirtió en una gran cancha feminista durante la apertura del 32° Encuentro Nacional de Mujeres (ENM) en Resistencia, este año con una gran impronta indigenista: mientras trasladaban violentamente a Milagro Sala otra vez al penal de Alto Comedero, en Jujuy, miles de mujeres de comunidades de pueblos originarios del Chaco ocupaban un fuerte lugar frente al escenario, donde se gritó por la libertad de Milagro, se reclamó por la aparición con vida de Santiago Maldonado y también de Maira Benítez, una joven de 18 años, desaparecida desde hace diez meses en la provincia. 

"El Encuentro somos todas" o "Naponaxtac enauac qomi", en lengua qom, es el lema del ENM que congrega a unas 70.000 mujeres de todo el país, pero también de naciones vecinas. Los mensajes de fervor feminista, que también sonaron en wichi y moqoit, atronaban en el estadio, mientras las mujeres entraban corriendo y hacían flamear sus banderas al grito de "¡Abajo el patriarcado, se va a caer, se va a caer!". 

"Estamos resistiendo en la región más postergada del país. Aquí luchan las trabajadoras, las campesinas, las mujeres de pueblos originarios cuyos ancestros han sobrevivido a las campañas genocidas, las estudiantes, las desocupadas, las amas de casa, las sindicalistas, las feministas, las víctimas de femicidio, sus familiares y todas las víctimas de la justicia machista, las mujeres trans, lesbianas, bisexuales", dice el documento consensuado en la organización del encuentro y que se leyó en el estadio. Y agrega: "En 1998 (cuando el ENM se hizo por primera vez en Resistencia), fuimos 10.000 mujeres, hoy somos 70.000 las que nos reunimos en este encuentro único en el mundo". Cerca del mediodía, el acto de apertura terminó con la voz y la guitarra de Josefa Ballenas, quien con una wipala sobre sus hombros cantó varias canciones en wichi, una de ellas escrita para su madre, en un homenaje por el Día de la Madre muy alejado de las celebraciones comerciales. 

Quienes no pudieron llegar para el cierre musical fueron las integrantes del Coro Chelaalapí, de la comunidad qom, detenidas por un control de Gendarmería en la ruta antes de arribar a Resistencia. Desde el viernes, varias organizaciones de mujeres en tránsito venían advirtiendo sobre el accionar de los gendarmes. Hubo controles también en el puente que une Corrientes con Resistencia. "Sabemos que a los estados nacionales y provinciales no les gusta ver a las mujeres. Por eso estamos en comunicación con organizaciones civiles y abogados de Derechos Humanos, para evitar que se avasallen los derechos. Y para traer tranquilidad a nuestro encuentro como mujeres organizadas", señaló a Tiempo Virginia Romero, de la subcomisión de prensa del ENM. 

Agregó que, pese a las reuniones que mantuvieron con el ministro de Seguridad chaqueño, Martín Nieva, nunca envió por escrito la carta de compromiso de los acuerdos a los que habían llegado. "De hecho, incumplió con algunos de sus compromisos, como no vallar la Catedral y las instituciones públicas." En paralelo al acto de la apertura, varias mujeres en situación de encierro del Penal N°3 de Corrientes tenían su propio taller sobre "Mujeres, cárceles y sistema penitenciario", una de las temáticas de los 71 talleres que durante todo el fin de semana tendrá el Encuentro, con debates, intercambios y conclusiones. "El taller fue elegido por consenso por las propias mujeres encerradas en el Penal. La idea surgió cuando fuimos hace unos meses a visitarlas para contarles sobre el ENM. Estaban muy contentas, porque no suelen tener voz." Pasado el mediodía, muchas mujeres se congregaron en la Plaza 25 de Mayo, la principal de Resistencia, que se llenó de pañuelos verdes y violetas, junto a las carpas de la Campaña por el Derecho al Aborto Legal y Gratuito, que entregaron información y los pañuelos que las identidican. 

"Ya llegué, lloré, abracé a muchas mujeres. Es mi primer encuentro y estoy muy contenta", decía en portugués Shirley Rodrigues, una brasileña que llegó ayer junto a otras compañeras de militancia por el derecho al aborto en Río de Janeiro. A pocos metros, desde la Campaña contra las Violencias Hacia las Mujeres, junto a la Red de Medios Alternativos y el Sindicato de Prensa de Buenos Aires, coordinaban un taller sobre violencia mediática.

En la misma plaza, el colectivo Ni Una Menos convocó más tarde a una asamblea feminista. Mientras tanto, miles de mujeres, travestis y trans se desplazaban hacia las escuelas donde hasta hoy se desarrollarán los más diversos talleres: desde "Mujeres, poder y política" hasta "Feminización de la pobreza", "Violencias", "Femicidios", "Acoso sexual" y dos inéditos: "Cultura de la violación" y "Activismo gordx". Los talleres son el corazón del ENM, espacios democráticos, horizontales y pluralistas donde no se votan mociones sino que se sacan conclusiones por consenso. Por la tarde se desarrolló la marcha Orgullosamente Torta, que por primera vez forma parte del cronograma oficial de las actividades culturales del Encuentro. El ENM Chaco 2017 continuará encendido todo el fin de semana. 

Hoy será el turno de la multitudinaria Marcha feminista, cuadras y cuadras de mujeres que gritarán contra el patriarcado, y que terminará con una gran peña en el Parque de la Democracia, uno de los más grandes de Resistencia. Y el lunes será el cierre, con la lectura de las conclusiones obtenidas en los talleres y donde se decidirá la sede del próximo encuentro. 

Que podría ser la Ciudad de Buenos Aires, si se concreta lo que muchas organizaciones promueven: llevar la discusión, luego de tanto andar, al corazón del poder político. 




miércoles, 25 de octubre de 2017

Cultura a la violencia de género

Violencia contra mujeres


En la actualidad pese a las medidas encaminadas a lograr la igualdad civil, parece natural que las esposas estén subordinadas sólo porque dependen de sus maridos para la subsistencia, hasta el punto que se entiende por supuesto que la vida social liberal se puede comprender sin referencia a la esfera de la subordinación, a las relaciones naturales y las mujeres. La mujer es el ser más importante de la creación, sin embargo, la violencia de género continúa y es universal debido a que el machismo perpetúa la cultura de ese comportamiento. Lo más negativo para las sociedades es la preservación de estereotipos de género que deberían extinguirse por el simple nacimiento de un ser humano, sin importar el sexo, entonces, la cultura de la igualdad de género sería inherente a la persona así como su cuerpo es al alma.

Los valores machistas nunca declarados pero que se manifiestan en incesantes actitudes deplorables para la condición humana continúan y, en ascenso; los uxoricidios (feminicidios), la violencia contra la mujer y la violación a sus derechos humanos, sobre cuya génesis u origen descansa la cultura de los pueblos y la reticencia a superar los dogmas de prevalencia del machismo, apoyados en los anacrónicos roles de género que siguen perpetuando las diferencias manifestadas en la desigualdad práctica entre ambos sexos y las relaciones de poder, o mejor, sumisión de ellas a ellos.

Igualmente es execrable la consideración que el hombre sea una constante amenaza a la mujer; que el hombre considere que su propio cuerpo sea suyo, y el de las mujeres también, ¡que extremo de pensar primitivo!, también es degradante para nuestra especie que el cuerpo de las mujeres, según diferentes culturas, puede ser dominio público, como exhibición constante, mejor, una cosa útil sexual o tapada herméticamente, cual fantasma maligno (musulmana). 

Si la mujer decide sobre su cuerpo, otra aberración, es porque en este nivel de cultura el hombre así lo quiere y, en esta constante desazón que vivimos en lo tocante a la anhelada igualdad de la mujer, persiste la cultura erótica neoliberal pues la mujer parece ser un objeto de placer de los hombres a la que pueden agredir, comprar, intercambiar y violar, hasta matarla; debemos interiorizarnos en esta barbarie que, en esta misma cultura erótica muchos hombres se van de parranda divirtiéndose, violando a las mujeres, para aquellos es una noche o un día más y las mujeres quedan traumatizadas y marcadas para toda la vida, ¡comprendamos este alcance desgarrador!, además que esta pesadilla humana arriba a su paroxismo cuando en ciertas culturas las mujeres deben demostrar su virginidad para ser dignas de un hombre, sin exigirle lo mismo al hombre.

La imparable violación de los derechos humanos de las mujeres y niñas en formación, son para la inercia e insensibilidad de los legisladores y autoridades, casos rutinarios, no razonando que esa actitud está desestructurando a la sociedad y cuyas consecuencias pueden ingresar a su propio núcleo familiar.

Todas las mujeres tienen el derecho a pasear o transitar solas en cualquier país o lugar, sin la amenaza de agresión o violación por ningún hombre; vestirse como ellas vean conveniente, sin ser consideradas un objeto público, ni como un fantasma envuelto en una sábana; destacar sus cualidades, disfrutar de su sexualidad en total libertad, sin exigirle demostrar y justificar su goce o vida sexual pasada, a desarrollar sus capacidades sin que la falta de recursos económicos ni las imposiciones culturales o religiosas las obliguen a hacer algo que atente contra sus derechos; en definitiva, y esto dolerá a los hombres insensibles y machistas que no corrigen su actitud ni forma de pensar: la mujer tiene derecho a hacer su vida sin que la relación con un hombre sea lo más importante de su vida y de su mundo, pues primero está su realización personal e independencia.



(*) 

Raúl Pino-Ichazo Terrazas

Es abogado corporativo, posgrados en Arbitraje y Conciliación, Interculturalidad y Educación Superior, doctor honoris causa, autor del libro "La Mujer", edit. CIMA, 1ra, edición y Sagacom 2da edición.